viernes, 22 de marzo de 2013

Saber lo que somos

 

La humildad, es una virtud escasamente vista últimamente, pero muy necesitada siempre.  
Deriva del latín “humilitas”, “humilis”,  que significa también bajo de la tierra y humus, ya que en el pasado se pensaba que las emociones, deseos y depresiones eran causadas por irregularidades en las masas de agua.

También en otra acepción de traducción, se la interpreta como bajar el ego al piso, o a la tierra.
Su sinónimo es la modestia. Y su antónimo la soberbia.

El practicarla, mejora las demás virtudes, al elevarlas, enriqueciendo la personalidad.
Es una actitud mental, que consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. De forma objetiva y realista, sin fantasías, siendo conscientes de nuestro pequeño lugar en el Universo, de nuestra inferioridad en el infinito.

Jesús dijo: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23.12).
Nuestra humildad al reconocer nuestras debilidades y fortalezas, contribuirá a entender las debilidades y fortalezas de otros, y tratarlos con mayor consideración y comprensión.

La arrogancia y el orgullo son características de los que carecen de la sabiduría de Dios.
Amor y paz son signos de humildad.

La humildad no es indicio de debilidad, sino de valor para enfrentar lo necesario teniendo conciencia de nuestro pequeño lugar.
Es la sabiduría de aceptar nuestro nivel real evolutivo, de que somos aprendices, con un conocimiento limitado que nos llevará a buscar el que nos falta. Por eso la mente humilde es receptiva, abierta a nuevas sabidurías que nos llevarán a posteriores saberes, y nuevas dudas. Y eso nos permitirá reconocer más fácilmente nuestros errores, para aprender y para saber escuchar a los que saben y ser pacientes con los que no saben aún.

La humildad, muchas veces es confundida con la deflexión o anemia afectiva.
La modestia, el no alardear de nuestras capacidades, y el no jactarnos por el bien que consideramos haber hecho, no tiene que significar el no saber recibir todo lo bueno que las mismas capacidades y obras producen en los demás. Agradecimiento, amor, afecto, admiración, alegría.

Lo llamamos anemia afectiva, porque como a quién le falta hierro en la sangre, el afecto no es asimilado por su ser, generándole carencias emocionales (soledad, inmerecimiento, desamor, etc)
Es típico en aquellas personas que cuando reciben un elogio o un halago, evaden la situación con un desmerecimiento de esa ponderación, minimizando sus cualidades o excusándolas. Como si tuvieran que pedir disculpas por ser quiénes son, por ser bellos, por ser inteligentes, por ser amados. Les cuesta recibir el afecto del otro.

Es frecuente, que se nos adoctrine desde pequeños para dar, pero no se nos enseñe a recibir. Siempre que damos, hay otro que recibe. Pero este proceso no se debe dar siempre en un único sentido: el que da también recibe y el que recibe también da.
La virtud en ambas fases del circuito, es dar con sabiduría y recibir con sabiduría también. Quién da siempre sin esperar recibir, lo hace por una deficiencia emocional o porque considera que no necesita.

Si no necesita, es porque presupone no ser igual a los que necesitan, ergo, es superior o inferior a ellos.
Si se considera inferior, postergando usualmente sus necesidades frente a las de los otros, tiene un defecto de baja autoestima a trabajar. Si se considera superior a los que da, estamos frente al antónimo de la humildad: la arrogancia.

Es como si alguien tuviera una torta para repartir, y la dividiera en el número de porciones de personas restantes, sin considerar que también puede recibir una porción. Puede hacerlo porque considera que no la merece (anemia afectiva, baja autoestima) o porque no la necesita (soberbia).
En ambos casos, no está siendo parte del todo a repartir. Está afuera. Y en consecuencia, al estar afuera, está solo.

Nada tiene que ver esto con la humildad, dado que la virtud de la humildad, es receptiva. Está abierta en su conciencia de saberse parte de un todo, una ínfima parte, como un cuenco donde se recibe parte de ese todo, y a su vez cuando se recibe también se puede dar lo que se recibió con anterioridad. Es un flujo constante y perpetuo. El flujo del Universo.  Y como parte de ese Universo, lo reflejamos en nuestro interior. Mayor será la armonía, cuanto mejor lo reflejemos internamente.
Así, la humildad no supone deflexión. Una es una virtud, y otra un defecto. Pero es frecuente que en nombre de la primera se esconda  la segunda.

Es decir, en nombre de ser humildes, es frecuente que no recibamos el afecto o los halagos que nuestras capacidades generan en los otros.
Recíbelos con realismo de saber quién eres, con tus capacidades y tus incapacidades, pero siempre consciente que lo mereces, por eso se te es dado, porque es mejor que existas a que no.

El bien que se hace por ti, permite que sea hecho. Agradécelo y recíbelo con humildad. Lo mereces, pero eso no quita que debas jactarte de ello, frente a los que no lo recibieron.
El bien que quieras hacer, asegúrate de hacerlo. Y hazlo sencillamente, sin que nadie lo sepa. Utiliza tus capacidades en beneficio tuyo y de los otros, pero también, sé consciente de tus incapacidades, y aprende a resolverlas con la ayuda de las capacidades de los otros.

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