Es muy común el uso indistinto de los términos timidez,
introversión y auto-represión, para etiquetar distintos comportamientos no
fluídos en términos de relación social.
La timidez, es un estado anímico, que afecta en las
relaciones con las personas y limita el desarrollo social. La delimitación de
este estado anímico, dió lugar a numerosas teorías, que podrían resumirse de la
siguiente forma:
- Zimbardo: para Philip Zimbardo -terapeuta
e investigador-, es un estado de
incomodidad causado por la expectativa de posibles consecuencias negativas de
las relaciones con otros.
- Yagosesky: para Renny Yagosesky -
escritor y orientador conductual- es una condición
innata predisponente a la introversión social, o como una respuesta psicofísica
aprendida, de intensidades variables, asociada con la expectativa de evaluación
social negativa.
- Goleman: para Daniel Goleman, en su libro
“Inteligencia emocional” es un producto
posible de una disposición neuronal innata muy particular en los lóbulos
prefrontales, que generarían una especie de sensibilidad alterada en un
porcentaje de 15% de los sujetos con esta configuración. Pero también afirma,
sin embargo, que la mayoría de los aspectos asociados con la timidez son adquiridos socialmente.
- Innatista: para una visión neurológica,
la timidez puede surgir y sostenerse por
la modificación cerebral que causa la repetición de un comportamiento.
Lo cierto es que podemos observar a través de los distintos
enfoques básicos mencionados, que el centro del estado anímico de la timidez,
se genera básicamente en expectativas puestas en los otros en forma negativa.
Los alcances de este estado anímico es lo que definirá la
afección en nuestras relaciones sociales. Es decir, este estado anímico, puede
generarse ocasionalmente, frecuentemente o siempre; ante determinadas
situaciones sociales o ante algunas en particular, etc.
Lo cierto es que casi todo el mundo ha sentido timidez en
algún momento o situación de su vida, aunque este estado anímico no defina su
comportamiento social. Incluso el sentir timidez, a algunos, no les impide
relacionarse, y a otros los inhibe por completo, al punto del aislamiento.
Pero también es de destacar, que no siempre ello tiene
connotaciones negativas, dado que por ejemplo la persona tímida, es una gran
observadora. Al tardar en integrarse, puede pasar más tiempo observando la escena
antes de participar activamente en ella.
La introversión, es un término que fue difundido por Carl
Gustav Jung en su obra “Tipos psicológicos”.
Donde la define como una actitud
típica que se caracteriza por la concentración del interés en los procesos
internos del sujeto, por sus pensamientos y sentimientos, con tendencia a
encerrarse en su propio mundo interior.
Desde un punto de vista menos psicológico y más espiritual,
podríamos decir que se trata de la capacidad
de penetrar el alma humana dentro de sí misma, abstrayéndose de los sentidos.
A diferencia de la timidez, la actitud es enfocada hacia
adentro, en lugar de colocarla hacia afuera, temiendo no cumplir las
expectativas sociales, o sintiéndonos impotentes frente a la opinión de los
demás que siempre imaginamos adversa de antemano.
Eso no quita que al replegarse sobre sí mismo, el
introvertido, tenga dificultades en el
contacto social y la adaptación a la realidad. Pero el foco generador de la
conducta, está colocado en sentido inverso.
La auto-represión, es la acción de reprimirse, en el sentido
de contener, detener, y refrenar el deseo o los impulsos, o las necesidades
corporales o emocionales. Se evidencia muy claramente, en el ámbito sexual, por
la carga emocional que los mandatos paternos o sociales colocan sobre el individuo
de acuerdo a las épocas y comunidades en cuanto a este aspecto.
El foco se encuentra aquí en un alto sentido del deber y el
control sobre sí mismo. Pero al igual que en el caso de la timidez y de la
introversión, también repercute en las relaciones sociales, por la falta de
flexibilidad y la preocupación excesiva por la opinión ajena.
La auto-represión está enormemente ligada a la noción de
sacrificio, que en altos grados, evidencia un profundo problema para disfrutar
y conectarse con el placer.
Y suele observarse socialmente, como personas de gran
disciplina, alto grado de perfección y suma rigurosidad en todo lo que
realizan.
Como vemos, los tres conceptos se relacionan, pero no
necesariamente se dan en forma conjunta, ni tampoco la existencia de uno
excluye al otro. Todos están presentes, aunque sea en un mínimo grado en todas
las personas.
Y sí, tienen un antagónico en común: la liberación.
Sea la liberación de la forma natural de mostrarnos frente a
los otros (timidez) o la liberación de nuestras emociones y nuestra intimidad
hacia afuera en contacto con la realidad a través de nuestros sentidos
(introversión), o la liberación de nuestros deseos e instintos hacia su
satisfacción mediante el placer (auto-represión).
Y también tienen una base común: la culpa.
Culpa por no agradar a los otros (timidez), culpa por no
aceptar la realidad que nos rodea y experimentarla (introversión) y culpa por
sentir placer (auto-represión).
Y también los tres señalan conflictos internos más o menos persistentes
–según el caso-, deficiente autocuidado y valoración, que derivan
inexorablemente en un alto estrés emocional, a veces resultante en
somatizaciones, que en el caso puntual de la auto-represión, generalmente se
concentra en la hipertensión y las afecciones coronarias crónicas.
Más allá de nuestra propia valoración acerca de la
naturaleza humana original como positiva o negativa, estos estados, actitudes o
tipos, nos condicionan no sólo socialmente, sino primordialmente en forma interna.
En una sociedad donde la masa es más valorada que la entidad
individual, es sumamente preocupante que la esencia no pueda ser liberada en un
curso pacífico de convivencia a través de estos impedimentos, que evitan el
desarrollo de la evolución humana, y son fomentados en la mayoría de los casos
desde la primera infancia.
En post de una integración social, estamos perdiendo
nuestras propias individualidades, más preocupados por el mirar ajeno, que por
conocer nuestra alma para poder entender mejor la realidad que nos rodea,
viviéndola con placer y satisfacción.
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