miércoles, 13 de marzo de 2013

Hacia adentro


Es muy común el uso indistinto de los términos timidez, introversión y auto-represión, para etiquetar distintos comportamientos no fluídos en términos de relación social.
La timidez,  es un estado anímico, que afecta en las relaciones con las personas y limita el desarrollo social. La delimitación de este estado anímico, dió lugar a numerosas teorías, que podrían resumirse de la siguiente forma:

-              Zimbardo: para Philip Zimbardo -terapeuta e investigador-, es un estado de incomodidad causado por la expectativa de posibles consecuencias negativas de las relaciones con otros.
-              Yagosesky: para Renny Yagosesky - escritor y orientador conductual- es una condición innata predisponente a la introversión social, o como una respuesta psicofísica aprendida, de intensidades variables, asociada con la expectativa de evaluación social negativa.

-              Goleman: para Daniel Goleman, en su libro “Inteligencia emocional” es un producto posible de una disposición neuronal innata muy particular en los lóbulos prefrontales, que generarían una especie de sensibilidad alterada en un porcentaje de 15% de los sujetos con esta configuración. Pero también afirma, sin embargo, que la mayoría de los aspectos asociados con la timidez son adquiridos socialmente.
-              Innatista: para una visión neurológica, la timidez puede surgir y sostenerse por la modificación cerebral que causa la repetición de un comportamiento.

Lo cierto es que podemos observar a través de los distintos enfoques básicos mencionados, que el centro del estado anímico de la timidez, se genera básicamente en expectativas puestas en los otros en forma negativa.
Los alcances de este estado anímico es lo que definirá la afección en nuestras relaciones sociales. Es decir, este estado anímico, puede generarse ocasionalmente, frecuentemente o siempre; ante determinadas situaciones sociales o ante algunas en particular, etc.

Lo cierto es que casi todo el mundo ha sentido timidez en algún momento o situación de su vida, aunque este estado anímico no defina su comportamiento social. Incluso el sentir timidez, a algunos, no les impide relacionarse, y a otros los inhibe por completo, al punto del aislamiento.
Pero también es de destacar, que no siempre ello tiene connotaciones negativas, dado que por ejemplo la persona tímida, es una gran observadora. Al tardar en integrarse, puede pasar más tiempo observando la escena antes de participar activamente en ella.  

La introversión, es un término que fue difundido por Carl Gustav Jung en su obra “Tipos psicológicos”.
Donde la define como una actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés en los procesos internos del sujeto, por sus pensamientos y sentimientos, con tendencia a encerrarse en su propio mundo interior.

Desde un punto de vista menos psicológico y más espiritual, podríamos decir que se trata de la capacidad de penetrar el alma humana dentro de sí misma, abstrayéndose de los sentidos.
A diferencia de la timidez, la actitud es enfocada hacia adentro, en lugar de colocarla hacia afuera, temiendo no cumplir las expectativas sociales, o sintiéndonos impotentes frente a la opinión de los demás que siempre imaginamos adversa de antemano.

Eso no quita que al replegarse sobre sí mismo, el introvertido, tenga  dificultades en el contacto social y la adaptación a la realidad. Pero el foco generador de la conducta, está colocado en sentido inverso.
La auto-represión, es la acción de reprimirse, en el sentido de contener, detener, y refrenar el deseo o los impulsos, o las necesidades corporales o emocionales. Se evidencia muy claramente, en el ámbito sexual, por la carga emocional que los mandatos paternos o sociales colocan sobre el individuo de acuerdo a las épocas y comunidades en cuanto a este aspecto.

El foco se encuentra aquí en un alto sentido del deber y el control sobre sí mismo. Pero al igual que en el caso de la timidez y de la introversión, también repercute en las relaciones sociales, por la falta de flexibilidad y la preocupación excesiva por la opinión ajena.
La auto-represión está enormemente ligada a la noción de sacrificio, que en altos grados, evidencia un profundo problema para disfrutar y conectarse con el placer.

Y suele observarse socialmente, como personas de gran disciplina, alto grado de perfección y suma rigurosidad en todo lo que realizan.
Como vemos, los tres conceptos se relacionan, pero no necesariamente se dan en forma conjunta, ni tampoco la existencia de uno excluye al otro. Todos están presentes, aunque sea en un mínimo grado en todas las personas.

Y sí, tienen un antagónico en común: la liberación.
Sea la liberación de la forma natural de mostrarnos frente a los otros (timidez) o la liberación de nuestras emociones y nuestra intimidad hacia afuera en contacto con la realidad a través de nuestros sentidos (introversión), o la liberación de nuestros deseos e instintos hacia su satisfacción mediante el placer (auto-represión).

Y también tienen una base común: la culpa.
Culpa por no agradar a los otros (timidez), culpa por no aceptar la realidad que nos rodea y experimentarla (introversión) y culpa por sentir placer (auto-represión).

Y también los tres señalan conflictos internos más o menos persistentes –según el caso-, deficiente autocuidado y valoración, que derivan inexorablemente en un alto estrés emocional, a veces resultante en somatizaciones, que en el caso puntual de la auto-represión, generalmente se concentra en la hipertensión y las afecciones coronarias crónicas.
Más allá de nuestra propia valoración acerca de la naturaleza humana original como positiva o negativa, estos estados, actitudes o tipos, nos condicionan no sólo socialmente, sino primordialmente en forma interna.

En una sociedad donde la masa es más valorada que la entidad individual, es sumamente preocupante que la esencia no pueda ser liberada en un curso pacífico de convivencia a través de estos impedimentos, que evitan el desarrollo de la evolución humana, y son fomentados en la mayoría de los casos desde la primera infancia.
En post de una integración social, estamos perdiendo nuestras propias individualidades, más preocupados por el mirar ajeno, que por conocer nuestra alma para poder entender mejor la realidad que nos rodea, viviéndola con placer y satisfacción.

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