jueves, 13 de diciembre de 2012

LA ANTIMUJER

"La mujer ha nacido para ser amada, no para ser comprendida" Oscar Wilde

Del latín femininus, el término femenino se refiere a aquello que resulta propio, relativo o perteneciente a las mujeres. Se trata, por lo tanto, de algo o alguien que dispone de las características distintivas de la feminidad.
El signo con el cual se simboliza mundialmente a lo femenino es un círculo fusionado con una cruz en la parte inferior, que viene a representar a la diosa de Venus con un espejo en la mano.
Los elementos astrológicos calificados como femeninos, por otra parte, son la Tierra (que se caracteriza por el pragmatismo) y el Agua (señalado por sus propensión a los sentimientos). Así como en la cultura china,  el ying como símbolo de lo femenino, está asociado a la tierra y a la pasividad.
Los rasgos que normalmente se asocian a las mujeres son la delicadeza, la sensibilidad, la intuición, los instintos maternales, su actitud receptiva y nutricia, etc.,  entre otras características que no son taxativas, ni por supuesto excluyente de otro género, simplemente son mayoritariamente relacionadas con la mujer.
Cuando una mujer ejerce alguna función, personal, familiar, laboral o política, imprime estos rasgos en lo que realiza. Así podemos decir que se desenvuelve femeninamente.
En nuestro país, nuestra presidente es una mujer. Sin embargo, no vuelca sus rasgos femeninos en el ejercicio de su función.
Es bien sabido, que siempre encabeza sus discursos con: “Muy buenas noches a todos y todas mis compatriotas”. La presidente, repite los adjetivos genéricos en masculino y femenino, como si ello nos incluyera de alguna manera a las mujeres en sus palabras. Si embargo, las mujeres ya estaban incluidas en el “todos”, en cuanto plural de “todo”, es el adjetivo que cualifica lo que se toma o se comprende cabalmente, haciendo referencia a lo que se considera por entero y en conjunto. Sólo se utiliza este recurso demagógicamente, amparando sus dificultades y sus debilidades en el hecho de ser mujer, y victimizándose en su condición, tratando de hacernos partícipes a todas las mujeres de sus propias falencias.
Generalmente se nos endilga a las mujeres, y la mayoría de las veces con razón, nuestra enorme memoria para recordar y traer a colación en cualquier discusión, cualquier evento que nos haya lastimado con anterioridad, tratando de rememorarlo en cada situación posible, a fin de cobrarnos el pesar que sufrimos en cada oportunidad que tengamos.
Si la Sra. Presidente, es mujer, su memoria por supuesto que no la dejará olvidar todos los sinsabores que ha atravesado nuestro país, y debería ser especialmente sensible a los odios, enfrentamientos, y confrontaciones que ha sufrido el pueblo argentino a lo largo de la historia. En cuanto la mujer, siente con mayor intensidad todas esas emociones negativas, porque las siente como si ocurrieran dentro suyo por su naturaleza receptiva. Es decir, para la mujer, es difícil diferenciar el adentro del afuera, porque los sentimientos se vivencian en una frecuencia tan alta, que parece que se viven como en carne propia. Entonces, ¿por qué continúa arengando a esos odios, enfrentamientos y confrontaciones inútiles, al punto que el pueblo argentino se haya hoy dividido por su propia motivación? ¿por qué seguir provocando antagonismos? Porque no siente como mujer, porque estoy segura que si sintiera lo que provoca con la intensidad propia de lo femenino, no podría vivir con ello. Así, sus palabras sólo reflejan rencor e inseguridad, rozando muchas veces la paranoia.
Una de las características femeninas por excelencia, es la integración, basada en la maternidad, el abrazar a todos, el contener a todos. Sin embargo nuestra presidente, siempre diferencia entre quiénes la acompañan y quiénes no. Siempre lo remarca, para que no pase desapercibido a sus seguidores, quiénes saben que sólo tendrán entidad mientras estén junto a ella.
Otra de las frases que siempre abundan en sus discursos, es “muy pocos aprenden”, “muy pocos recuerdan”, “no entienden”, mezclando el dogmatismo con la docencia. La paciencia y la capacidad para soportar el dolor, son otras de las características que generalmente se le atribuyen a la mujer, en cuanto es la biológicamente preparada para criar niños y para parirlos. No veo paciencia en los discursos presidenciales, muy por el contrario, la impaciencia se mezcla con la soberbia de pensar que se está dirigiendo a personas incapacitadas para entender lo que sucede, y que necesitan de su direccionamiento sectario para saber lo que quieren y necesitan. Mucho menos advierto en sus palabras, fortaleza frente al dolor, en tanto siempre se solapa un dejo de inseguridad, que se evidencia en la confrontación permanente y la búsqueda de un enemigo constante y la mayoría de las veces inexistente, que justifique cada uno de sus accionares, en tanto no están fundamentados en convicciones reales, sino en gestos de miedo y cobardía, que no son propios de una mujer.
La delicadeza es otro rasgo femenino, no sólo ostensible en los modales, sino en especial en las palabras. La prepotencia, los agravios, las descalificaciones y la violencia que permanentemente generan los discursos presidenciales, son una muestra acabada, que este rasgo tampoco se está plasmando positivamente. Y ello potencia desmedidamente la violencia social, porque se la legitima al proponerla como medio de relación desde el primer cargo de nuestro país.
La mujer tiene una característica energética receptiva, en contraposición con una energía de avance o de caza. Es decir, la mujer espera pasiva o activamente, y siempre perseverantemente, la consecución de un objetivo, no sale a buscarlo. La mujer busca ser, en lugar de tener, y su energía está acorde a ello. Por eso no son rasgos típicamente femeninos, las presiones, los aprietes, las persecuciones, las tomas por la fuerza, en tanto suponen un accionar deliberado en busca de algún objetivo determinado, a través de la contienda. Sustantivos muy frecuentes en la oratoria presidencial. La mujer convence, hasta incluso manipula, pero no fuerza, porque no está en su naturaleza femenina.
Como mujer, no necesito adjetivar en femenino para que me reconozcan. Se me sabe como tal, en cuanto se observa mi manera de moverme, de manejarme y de ver la vida. No comparto las convicciones políticas de nuestra presidente pero las respeto, como respeto las convicciones de aquellos que concuerdan con ella. Pero lo que si me hiere, es que el cargo más importante de nuestro país, esté en manos de una mujer que denigra nuestro género y que no hace uso de nuestras mejores cualidades para representarnos.
En esta reflexión, que desde ya, como todo lo que comparto es muy personal, sólo quiero aclarar, que los rasgos que aquí he señalado como femeninos, no excluyen otros y por supuesto son generalizaciones, dado que cada mujer es única y con rasgos diferentes. Sólo señalé las cualidades o características que mayoritariamente se atribuyen a la mujer, y que por supuesto existen también en los hombres, dado que todos los hombres tienen cualidades femeninas como las mujeres también tenemos cualidades masculinas. También aclarar, que esto no significa ningún empoderamiento de la mujer como superior al hombre, ni el pensamiento inverso, sino como géneros diferentes y complementarios.
A veces las mujeres, en nuestro relegamiento histórico, nos hemos masculinizado cada vez más para poder hacer frente a roles que nos estuvieron negados, sin darnos cuenta, que lo ideal hubiera sido ejercerlos lo más femeninos posible. Nunca olviden que ello es irresistible, especialmente en un mundo de hombres.

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