"La mujer ha nacido para ser amada, no para ser comprendida" Oscar Wilde
Del latín femininus, el término femenino se refiere a aquello que resulta
propio, relativo o perteneciente a las mujeres. Se trata, por lo tanto, de algo
o alguien que dispone de las características distintivas de la feminidad.
El signo con el cual se simboliza
mundialmente a lo femenino es un círculo fusionado con una cruz en la parte
inferior, que viene a representar a la diosa de Venus con un espejo en la mano.
Los elementos astrológicos
calificados como femeninos, por otra parte, son la Tierra (que se caracteriza
por el pragmatismo) y el Agua (señalado por sus propensión a los sentimientos).
Así como en la cultura china, el ying
como símbolo de lo femenino, está asociado a la tierra y a la pasividad.
Los rasgos que normalmente se
asocian a las mujeres son la delicadeza, la sensibilidad, la intuición, los
instintos maternales, su actitud receptiva y nutricia, etc., entre otras características que no son
taxativas, ni por supuesto excluyente de otro género, simplemente son mayoritariamente
relacionadas con la mujer.
Cuando una mujer ejerce alguna
función, personal, familiar, laboral o política, imprime estos rasgos en lo que
realiza. Así podemos decir que se desenvuelve femeninamente.
En nuestro país, nuestra
presidente es una mujer. Sin embargo, no vuelca sus rasgos femeninos en el
ejercicio de su función.
Es bien sabido, que siempre
encabeza sus discursos con: “Muy buenas
noches a todos y todas mis compatriotas”. La presidente, repite los
adjetivos genéricos en masculino y femenino, como si ello nos incluyera de
alguna manera a las mujeres en sus palabras. Si embargo, las mujeres ya estaban
incluidas en el “todos”, en cuanto plural de “todo”, es el adjetivo que
cualifica lo que se toma o se comprende cabalmente, haciendo referencia a lo
que se considera por entero y en conjunto. Sólo se utiliza este recurso
demagógicamente, amparando sus dificultades y sus debilidades en el hecho de
ser mujer, y victimizándose en su condición, tratando de hacernos partícipes a
todas las mujeres de sus propias falencias.
Generalmente se nos endilga a las
mujeres, y la mayoría de las veces con razón, nuestra enorme memoria para
recordar y traer a colación en cualquier discusión, cualquier evento que nos
haya lastimado con anterioridad, tratando de rememorarlo en cada situación
posible, a fin de cobrarnos el pesar que sufrimos en cada oportunidad que
tengamos.
Si la Sra. Presidente, es mujer,
su memoria por supuesto que no la dejará olvidar todos los sinsabores que ha atravesado
nuestro país, y debería ser especialmente sensible a los odios,
enfrentamientos, y confrontaciones que ha sufrido el pueblo argentino a lo
largo de la historia. En cuanto la mujer, siente con mayor intensidad todas
esas emociones negativas, porque las siente como si ocurrieran dentro suyo por
su naturaleza receptiva. Es decir, para la mujer, es difícil diferenciar el
adentro del afuera, porque los sentimientos se vivencian en una frecuencia tan
alta, que parece que se viven como en carne propia. Entonces, ¿por qué continúa
arengando a esos odios, enfrentamientos y confrontaciones inútiles, al punto
que el pueblo argentino se haya hoy dividido por su propia motivación? ¿por qué
seguir provocando antagonismos? Porque no siente como mujer, porque estoy
segura que si sintiera lo que provoca con la intensidad propia de lo femenino,
no podría vivir con ello. Así, sus palabras sólo reflejan rencor e inseguridad,
rozando muchas veces la paranoia.
Una de las características
femeninas por excelencia, es la integración, basada en la maternidad, el
abrazar a todos, el contener a todos. Sin embargo nuestra presidente, siempre
diferencia entre quiénes la acompañan y quiénes no. Siempre lo remarca, para
que no pase desapercibido a sus seguidores, quiénes saben que sólo tendrán
entidad mientras estén junto a ella.
Otra de las frases que siempre
abundan en sus discursos, es “muy pocos
aprenden”, “muy pocos recuerdan”, “no
entienden”, mezclando el dogmatismo con la docencia. La paciencia y la
capacidad para soportar el dolor, son otras de las características que
generalmente se le atribuyen a la mujer, en cuanto es la biológicamente
preparada para criar niños y para parirlos. No veo paciencia en los discursos
presidenciales, muy por el contrario, la impaciencia se mezcla con la soberbia
de pensar que se está dirigiendo a personas incapacitadas para entender lo que
sucede, y que necesitan de su direccionamiento sectario para saber lo que
quieren y necesitan. Mucho menos advierto en sus palabras, fortaleza frente al
dolor, en tanto siempre se solapa un dejo de inseguridad, que se evidencia en
la confrontación permanente y la búsqueda de un enemigo constante y la mayoría
de las veces inexistente, que justifique cada uno de sus accionares, en tanto
no están fundamentados en convicciones reales, sino en gestos de miedo y
cobardía, que no son propios de una mujer.
La delicadeza es otro rasgo
femenino, no sólo ostensible en los modales, sino en especial en las palabras.
La prepotencia, los agravios, las descalificaciones y la violencia que
permanentemente generan los discursos presidenciales, son una muestra acabada,
que este rasgo tampoco se está plasmando positivamente. Y ello potencia
desmedidamente la violencia social, porque se la legitima al proponerla como
medio de relación desde el primer cargo de nuestro país.
La mujer tiene una característica
energética receptiva, en contraposición con una energía de avance o de caza. Es
decir, la mujer espera pasiva o activamente, y siempre perseverantemente, la
consecución de un objetivo, no sale a buscarlo. La mujer busca ser, en lugar de
tener, y su energía está acorde a ello. Por eso no son rasgos típicamente femeninos,
las presiones, los aprietes, las persecuciones, las tomas por la fuerza, en
tanto suponen un accionar deliberado en busca de algún objetivo determinado, a
través de la contienda. Sustantivos muy frecuentes en la oratoria presidencial.
La mujer convence, hasta incluso manipula, pero no fuerza, porque no está en su
naturaleza femenina.
Como mujer, no necesito adjetivar
en femenino para que me reconozcan. Se me sabe como tal, en cuanto se observa
mi manera de moverme, de manejarme y de ver la vida. No comparto las
convicciones políticas de nuestra presidente pero las respeto, como respeto las
convicciones de aquellos que concuerdan con ella. Pero lo que si me hiere, es
que el cargo más importante de nuestro país, esté en manos de una mujer que
denigra nuestro género y que no hace uso de nuestras mejores cualidades para
representarnos.
En esta reflexión, que desde ya,
como todo lo que comparto es muy personal, sólo quiero aclarar, que los rasgos
que aquí he señalado como femeninos, no excluyen otros y por supuesto son
generalizaciones, dado que cada mujer es única y con rasgos diferentes. Sólo
señalé las cualidades o características que mayoritariamente se atribuyen a la
mujer, y que por supuesto existen también en los hombres, dado que todos los
hombres tienen cualidades femeninas como las mujeres también tenemos cualidades
masculinas. También aclarar, que esto no significa ningún empoderamiento de la
mujer como superior al hombre, ni el pensamiento inverso, sino como géneros
diferentes y complementarios.
A veces las mujeres, en nuestro
relegamiento histórico, nos hemos masculinizado cada vez más para poder hacer
frente a roles que nos estuvieron negados, sin darnos cuenta, que lo ideal hubiera
sido ejercerlos lo más femeninos posible. Nunca olviden que ello es
irresistible, especialmente en un mundo de hombres.
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