“Florentino Ariza desarrolló métodos que parecían inverosímiles en un hombre
como él, taciturno y escuálido, y además vestido como un anciano de otro tiempo. Sin
embargo, tenía dos ventajas a su favor. Una era un ojo certero para conocer de
inmediato a la mujer que lo esperaba, así fuera en medio de una muchedumbre, y aun
así la cortejaba con cautela, pues sentía que nada causaba más vergüenza ni era más
humillante que una negativa. La otra ventaja era que ellas lo identificaban de inmediato
como un solitario necesitado de amor, un menesteroso de la calle con una humildad de
perro apaleado que las rendía sin condiciones, sin pedir nada, sin esperar nada de él,
aparte de la tranquilidad de conciencia de haberle hecho el favor. Eran sus únicas armas,
y con ellas libró batallas históricas pero de un secreto absoluto, que fue registrando con
un rigor de notario en un cuaderno cifrado, reconocible entre muchos con un título que lo
decía todo: Ellas.”
"El Amor en los Tiempos del Cólera" de Gabriel García Márquez
Una herida psíquica, junto a la actitud corporal y discursiva acorde ("...ellas lo identificaban de inmediato como un solitario necesitado de amor"), funciona como un imán para la emotividad femenina.
Hace falta complementarla con "...un ojo certero para conocer de inmediato a la mujer que lo esperaba". Esa caracterísitica del seductor lastimoso (observación, empatía y sensibilidad), lo dotan de un aspecto femenino que le otorga cierto perfil andrógino, que atrae a las mujeres a través de la identificación narcisista.
Y como "...nada causaba más vergüenza ni era más humillante que una negativa." vale apelar a cualquier recurso, que asegure la dominación, aunque ésta fuera negativa. El seductor lastimoso, impone su voluntad incrementando su propio poder sobre el otro.
Como los roles, no están equiparados, ni en posiciones equivalentes, no hay sexo compartido, ni seducción mutua. Hay el recreamiento de una situación traumática de desigualdad que busca sanearse con sexo o cualquier otra manifestación de afecto.
La lástima parece a veces anestesiar de alguna forma, la capacidad femenina de intuir el sentido oculto de lo manifestado verbalmente por el seductor, de ver el otro lado de la luna:"...las rendia sin condiciones..."
"...sin pedir nada, sin esperar nada de él, aparte de la tranquilidad de conciencia de haberle hecho el favor". Al hacer prevalecer el aspecto maternal de protección, la mujer involucrada en esta mecánica seductora, se siente en posición superior de cuidar al que (supuestamente) no lo puede hacer por sí mismo, al que la está seduciendo lastimosamente; olvidando así su real condición de “presa” por parte del seductor lastimoso. Así, la “presa” parece dormida y hasta extasiada por haber sido elegida o seleccionada para lograr el rescate del lastimoso, aunque esa elección luego le deje, en el fondo, un sabor de pena, dolor, vacío o insatisfacción. Nada parecido al amor, el deseo o el placer. Porque la lástima es siempre sabor a pena.
La mujer a la que irá dirigida la trampa, embelesada en su sentimiento de superioridad, elevará transitoriamente su autoestima, al mismo tiempo que hará descender sus defensas a niveles que la razón no hará posible de comprensión, hasta convertirse en la verdadera víctima de la situación de seducción, arrastrándose a experiencias que luego, generalmente, no se recuerdan con gozo, sino con un cierto dejo de hastío y desazón. Y es que la lástima nunca ha guiado momentos importantes de recordar…
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