lunes, 11 de enero de 2016

El neo pacifismo y la violencia verbal


"No hay camino a la paz; la paz es el camino"

(Ghandi)

El pacifismo, como cultura de la paz, encuentra a su exponente más emblemático en Mahatma Gandhi, quien pudo terminar con la dominación y la injusticia social, a través de la práctica de la no violencia activa.

En un mundo cada día más violento, llama mi atención, que cada vez más personas se hagan llamar “pacifistas”, y ante cualquier manifestación violenta, expresen la adhesión a esta filosofía de vida, con el fin de excusar su no intervención en lo que acontezca. Por ejemplo, si en la calle se produce una situación de agresión física entre dos personas, el “neo pacifista” no interviene a separarlos escudándose en esta condición.

Pero como el árbol se conoce por sus frutos, comienzo a observar con detenimiento, la conducta de vida de aquél que dice enrolarse en lo que nada más y nada menos, Ghandi llevó a la práctica exitosamente: el pacifismo.

Con los años, he descubierto algunos patrones generales en los “neo pacifistas” de este siglo, que me invitan a la reflexión:

a- se reitera con frecuencia la agresión social en sus vidas, son víctimas de agresiones laborales, afectivas, llamativamente de alta belicosidad;

b- utilizan con suma frecuencia la ofensa verbal en su forma de hablar, especialmente cuando disienten ideológicamente con alguien, lo que les imposibilita la generación de acuerdos;

c- le temen a la agresión física; y por ello en el fondo abusan de la neutralidad, es decir no participan de una agresión física no porque la detesten, sino por el pánico que les genera;

d- sus modos verbales no invitan al diálogo; generalmente son dogmáticos; no se caracterizan por su apertura mental.

Es por ello que tienen que anunciarse como “pacifistas”, es decir tienen que aclarar que lo son, debido a que su comportamiento no lo representa, o resulta contradictorio a lo que el propio pacifismo persigue como doctrina. Y no lo representa, porque conductualmente presentan generalmente una vertiente comportamental de agresividad de tipo destructivo, que incluye el maltrato o todo lo que implique alguna forma de subyugación del otro.

Quizá el no reconocimiento de esta parte agresiva que también los integra -porque nos integra a todos-, hace que su no aceptación refleje mayor agresividad en su contexto social y por consiguiente, encuentre en la expresión oral y escrita, es decir la expresión intelectual, la forma más políticamente correcta de encausar esa agresividad, con el fin de no explosionar.

Es que no hay un camino a la paz, la paz es el camino. Y entonces ese camino, va desde adentro hacia afuera, nunca al revés. Si no puedo lograr la paz interior, junto con el reconocimiento de mis zonas oscuras y violentas, y su posterior aceptación, difícilmente podré transmitir paz a mi alrededor, y contribuir así a la paz social, que no es otra cosa que la suma de la paz individual.

La paz exige una conciencia y actitud activa: a veces hay que dar duras batallas para lograr la paz. También una vez lograda, hay que defenderla, y a veces defenderla implica revisar nuestros propios valores pacifistas.

Siempre observa cuando alguien te aclara que pertenece a determinada forma de pensamiento, si ello se refleja en las conductas más cotidianas y simples de su vida. Porque no hacen falta grandes revoluciones, sino pequeñas modificaciones que sumadas produzcan grandes cambios.Quién no es capaz de llevar a la práctica en su propia vida lo que pregona, no está tan convencido de sus propias teorías.

Que la paz esté en tu vida.

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viernes, 8 de enero de 2016

La lástima como recurso de seducción



“Florentino Ariza desarrolló métodos que parecían inverosímiles en un hombre
como él, taciturno y escuálido, y además vestido como un anciano de otro tiempo. Sin
embargo, tenía dos ventajas a su favor. Una era un ojo certero para conocer de
inmediato a la mujer que lo esperaba, así fuera en medio de una muchedumbre, y aun
así la cortejaba con cautela, pues sentía que nada causaba más vergüenza ni era más
humillante que una negativa. La otra ventaja era que ellas lo identificaban de inmediato
como un solitario necesitado de amor, un menesteroso de la calle con una humildad de
perro apaleado que las rendía sin condiciones, sin pedir nada, sin esperar nada de él,
aparte de la tranquilidad de conciencia de haberle hecho el favor. Eran sus únicas armas,
y con ellas libró batallas históricas pero de un secreto absoluto, que fue registrando con
un rigor de notario en un cuaderno cifrado, reconocible entre muchos con un título que lo
decía todo: Ellas.”

"El Amor en los Tiempos del Cólera" de Gabriel García Márquez


Una herida psíquica, junto a la actitud corporal y discursiva acorde ("...ellas lo identificaban de inmediato como un solitario necesitado de amor"), funciona como un imán para la emotividad femenina.

Hace falta complementarla con "...un ojo certero para conocer de inmediato a la mujer que lo esperaba". Esa caracterísitica del seductor lastimoso (observación, empatía y sensibilidad), lo dotan de un aspecto femenino que le otorga cierto perfil andrógino, que atrae a las mujeres a través de la identificación narcisista.

Y como "...nada causaba más vergüenza ni era más humillante que una negativa." vale apelar a cualquier recurso, que asegure la dominación, aunque ésta fuera negativa. El seductor lastimoso, impone su voluntad incrementando su propio poder sobre el otro.

Como los roles, no están equiparados, ni en posiciones equivalentes, no hay sexo compartido, ni seducción mutua. Hay el recreamiento de una situación traumática de desigualdad que busca sanearse con sexo o cualquier otra manifestación de afecto.

La lástima parece a veces anestesiar de alguna forma, la capacidad femenina de intuir el sentido oculto de lo manifestado verbalmente por el seductor, de ver el otro lado de la luna:"...las rendia sin condiciones..."

"...sin pedir nada, sin esperar nada de él, aparte de la tranquilidad de conciencia de haberle hecho el favor". Al hacer prevalecer el aspecto maternal de protección, la mujer involucrada en esta mecánica seductora, se siente en posición superior de cuidar al que (supuestamente) no lo puede hacer por sí mismo, al que la está seduciendo lastimosamente; olvidando así su real condición de “presa” por parte del seductor lastimoso. Así, la “presa” parece dormida y hasta extasiada por haber sido elegida o seleccionada para lograr el rescate del lastimoso, aunque esa elección luego le deje, en el fondo, un sabor de pena, dolor, vacío o insatisfacción. Nada parecido al amor, el deseo o el placer. Porque la lástima es siempre sabor a pena.

La mujer a la que irá dirigida la trampa, embelesada en su sentimiento de superioridad, elevará transitoriamente su autoestima, al mismo tiempo que hará descender sus defensas a niveles que la razón no hará posible de comprensión, hasta convertirse en la verdadera víctima de la situación de seducción, arrastrándose a experiencias que luego, generalmente, no se recuerdan con gozo, sino con un cierto dejo de hastío y desazón. Y es que la lástima nunca ha guiado momentos importantes de recordar…

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