“No hay nada más maravilloso que pensar en una idea nueva. No hay nada más magnífico que comprobar que una idea nueva funciona. No hay nada más útil que una nueva idea que sirve a nuestros fines.”
Edward de Bono del libro “El Pensamiento Creativo”
Hace un tiempo, escribí acerca de la desproporción evolutiva de la Física y las ciencias duras, con respecto a las ciencias sociales (“La Teoría de Cuerdas y las Ciencias Sociales del Siglo XXI” http://nuevolibrorojo.blogspot.com.ar/2014/11/la-teoria-de-cuerdas-y-las-ciencias.html).
Entre todos los comentarios interesantes que he recibido con respecto a ese post, uno de ellos (@elbien1971), me hizo reflexionar acerca de la incapacidad de generar y reconocer como válido el pensamiento lateral en las ciencias sociales, de cara a obtener postulados más creativos que los obtenidos hasta ahora.
Y coincido en que el pensamiento lateral no ha sido valorado por los pensadores sociales, porque quizá el cuestionamiento no sea un atributo que les sea inherente. Hasta ahora, se regodean en el análisis infinito de lo analizado, apoyado en un sinfín intelectual poco pragmático, donde el pensamiento creativo no tiene un lugar respetado académicamente. A diferencia del pensador de las ciencias exactas o duras, que está formado para revolucionar lo aprendido, siendo su espíritu crítico una cualidad inherente y proporcional a su calidad científica.
Atributo de cuestionamiento que tan sólo sería un punto de partida del pensamiento creativo. Para que a través del juicio crítico, se comience por no aplicar postulados antiguos a situaciones nuevas, como si fuera de suyo que si es antiguo es sabio, y entonces por ejemplo, se habla de neo-liberalismo; neo-fascismo; etc. Se aplica el prefijo “neo” a una teoría o postulado antiguo, para disimular que se siguen analizando las mismas teorías, mientras la sociedad evoluciona e involuciona constantemente, pero nunca deja de cambiar.
Y en ese letargo analítico, no se dan nuevas alternativas de pensamiento. Quizá por ello los problemas siguen sucediéndose cíclicamente, pero con una intensidad y volumen cada vez mayor, como pidiendo a gritos otras soluciones diferentes. Porque también es mayor la falta de provocación de nuevas ideas, desde la educación y desde el estímulo social, que pareciera buscan más adormecer que despertar.
Tal vez sea que las pautas de razonamiento aprendidas, nos mantienen en ese letargo de tránsito cognitivo conocido, que es más rápido y efectivo, que ir por el lento e inseguro camino de lo nuevo, más aún, cuando el objeto de estudio, es el sujeto humano, es decir nosotros mismos.
Porque si todas las maneras de hacer, hubieran sido estudiadas y conocidas, no hay apertura para otra forma de hacer las cosas. Lo que sí hay es miedo a lo diferente, que se traduce en intolerancia social, e ignorancia como el arma más peligrosa y dañina contra la raza humana.
Es que se percibe como muy alto el costo de equivocar los postulados, como si el costo de continuar así no sea igual de elevado. Y así el dicho popular de “más vale malo conocido que bueno por conocer” se hizo carne en las ciencias sociales. Es que si todo es posible, es más difícil saber lo que hay que hacer, porque las opciones son muchas, y elegir implica pensar y hacerse cargo de las consecuencias. Es como si las ciencias sociales no quisieran crecer, porque quizá en el fondo, el que no quiera crecer sea el ser humano.
El pensamiento lateral o creativo, impone un desafío profundo, que es ser conscientes de nuestra propia finitud y pequeñez, como parte de un todo donde cualquier línea de pensamiento es posible. Utilizando rumbos mentales laterales o fuera de la ruta de pensamiento conocida y aprendida desde la niñez, podemos llegar a lugares de razonamiento y aprendizaje nuevos, que luego a través de la información y los datos existentes (“sombrero blanco” de Edward de Bono); del tamiz de nuestras emociones y sentimientos (“sombrero rojo” de Edward de Bono); de atravesar los juicios negativos (“sombrero negro” de Edward de Bono); de impregnarse de optimismo positivo (“sombrero amarillo” de Edward de Bono); del crecimiento de las ideas nuevas (“sombrero verde” de Edward de Bono) y de su contextualización en el panorama general (“sombrero azul” de Edward de Bono), pueden generar paradigmas sociales realmente diferentes.
Como seres humanos y principal objeto de estudio de las ciencias sociales, vemos el mundo de acuerdo a pautas previas aprendidas familiar y ambientalmente, que van estructurando el desarrollo de nuestro cerebro. Este condicionamiento de la percepción humana, coincide con la visión actual de las neurociencias cognitivas, que hasta cuestionan desde esta hipótesis la existencia del tan mentado “libre albedrío”.
Es por ello que, cuando analizamos los datos acerca de una situación determinada, estamos contaminados por las ideas preconcebidas que ya tenemos. De allí la imperativa necesidad de provocar la utilización de caminos de razonamiento laterales al que ya estructuró nuestro cerebro para pensar.
Solemos prestar más atención a las respuestas que a las preguntas. A diferencia de lo que se nos suele enseñar, no existe sólo una respuesta correcta en las ciencias sociales. Cuando desde la educación, con suerte, se nos enseña a disentir, hace mucho tiempo que no se nos enseña a crear. No hay nuevas respuestas porque no se las provoca con nuevas preguntas.
Así, sólo introducimos algunas modificaciones a ideas antiguas, y hacemos que éstas parezcan nuevas. Como sucede con el PROUT (Progressive Utilization Theory), que transforma algunas cuestiones totalitarias del socialismo, matizándolas con algunos rasgos de espiritualidad pragmática para crear un “neo-humanismo”, que sólo produce de nuevo, el prefijo “neo” que lo antecede. Porque, en lo profundo, seguimos debatiendo entre liberalismo y socialismo, sin que haya nada de sorprendente en los “nuevos” postulados (“remozar” para Edward de Bono).
El otro obstáculo de simulación de creatividad con el que se topan las ciencias sociales, es el deseo oculto de mantener el statu quo, para disimular la aversión a correr riesgos, motivada en que el costo del fracaso – siendo el ser humano el que está involucrado como sujeto de estudio en la propia ciencia- , es altísimo. Entonces, se prefieren mantener postulados antiguos como dogmas, que se siguen sosteniendo aún a pesar de la existencia de evidencia científica que esgrime su inexistencia. Tal es el caso de las escuelas psicoanalíticas tradicionales frente a los descubrimientos neurocientíficos cognitivos (“La hija de Lassie” de Edward de Bono).
O agrupamos pensamientos en forma diferente para enunciar los mismos postulados pero mostrados en distintas teorías dándoles apariencia de nuevas, cuando en su desglose, no dejan de ser lo usual. Tal es el caso del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación Argentina, que además de dar por tierra con el nivel académico jurídico que había instaurado Vélez Sarsfield, agrupa conceptos de derecho civil con los de derecho comercial, pero sin hacer modificaciones profundas conceptuales acordes a este siglo (“Creatividad de la experiencia”de Edward de Bono)
La utilización de métodos ortodoxos para la concepción intelectual, se ve con mucha claridad en la escuela. Donde el docente, imparte conceptos, utilizando el verbo “es”, en lugar de “puede ser”. En la corrección de exámenes, se evalúa en general, que el alumno manifieste la “respuesta correcta”, que, en general, se presupone una sola. En base a su acercamiento o alejamiento de esa respuesta correcta, será su calificación.
Por consiguiente, en forma indirecta, se lo adiestra al alumno para que incorpore una sola respuesta como correcta, lo que desvaloriza subliminarmente, la formulación de nuevas preguntas, y el acostumbramiento neurológico a realizar los razonamientos de una forma determinada y conocida.
El siglo XXI nos pide, entre otras cosas, la liberación de estos preconceptos de las ciencias sociales, con el fin de encontrar caminos cerebrales diferentes y hallar nuevos conceptos en forma deliberada y creativa. Prestando atención a cuestiones supuestamente obvias, y cuestionándolas, soltando cualquier limitación pre aprendida. Sin un resultado al que se quiera llegar de antemano, sino un resultado realmente libre. Sin presupuestos ni información que pueda condicionar, sino que tan sólo sirva para probar la viabilidad del pensamiento creado en la práctica a través de la experiencia.
Por eso, seres humanos del siglo XXI, deseo que siempre cuestionemos todo. Y que reflexionemos en la importancia de hacer preguntas, de cuestionar. Que un pensador sea de un alto nivel académico, no significa necesariamente que tenga la razón. Porque la razón es más amplia, y exige mucho más que un alto nivel académico, sino un conocimiento del TODO, que ningún ser humano en realidad posee, como seres de existencia limitada y finita.
Decir algo “razonable” no significa tener “la razón”. Cuestionemos constructivamente las ciencias sociales, cuestionemos todo acerca de ellas. Todo acerca de nosotros. Lo que fue bueno y útil en determinado momento histórico y social, no necesariamente tiene que continuar siéndolo. Ello no le quita mérito como antecedente histórico o referencia generacional. Pero llegó el momento de desatar esos antecedentes que nos impiden avanzar socialmente, y cuestionar las formas de pensar que hemos aceptado pasivamente hasta ahora.
Insisto, en que las ciencias sociales nos traigan nuevos pensadores, con ideas nuevas. Tan nuevas que todo lo conocido se torne desconocido, trayendo un verdadero “hombre nuevo”, pero nuevo, porque piensa y vive de forma nueva. Porque como decía Edward de Bono, “no se puede cavar un hoyo en un lugar diferente haciendo el mismo hoyo más profundo.”