sábado, 20 de diciembre de 2014

NEURONAS ESPEJO. ¿Mente universal o individual?



“Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí.” 
 (Confucio)

Se denominan neuronas espejo a las células nerviosas que se activan cuando un animal o persona ejecuta una acción y cuando observa esa misma acción ejecutada por otro.

Reflejan la acción de otro en nuestro cerebro, de allí su nombre de "espejo". Reproduce la misma actividad neural correspondiente a la acción percibida, pero sin realizar la conducta de manera externa, produciendo una representación mental de la acción mediante una respuesta neuronal, que genera como una “realidad virtual” en nosotros.

Habían sido observadas en primer lugar en primates y luego se encontraron en humanos y algunas aves.

En el año 1996, Giacomo Rizzolatti trabajaba con Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese en la Universidad de Parma, Italia. Habían colocado electrodos en la corteza frontal inferior de un mono macaco para estudiar las neuronas especializadas en el control de los movimientos de la mano. Durante cada experimento, registraban la actividad de sólo una neurona en el cerebro del simio mientras le facilitaban tomar trozos de alimento, de manera que los investigadores pudieran medir la respuesta de la neurona a tales movimientos. Rizzolatti recuerda que: "… cuando Fogassi, parado al lado de una frutera, tomó un plátano, observamos que algunas de las neuronas del mono reaccionaron, pero: ¿cómo podía suceder esto si el animal no se había movido? Al principio pensamos que era un error en nuestra técnica de medición o quizá un fallo del equipo; luego, comprobamos que todo funcionaba bien y que las reacciones de la neurona ocurrían cada vez que repetíamos el movimiento…".

En estudios posteriores se pudo constatar que las neuronas espejo no solo se activaban cuando los monos veían a alguien o a otro animal realizar determinada acción, era suficiente con que lo imaginasen, por ejemplo, cuando escuchaban un sonido que fuera identificado con una determinada acción.

En el ser humano, empleando IRMF (Imagen por Resonancia Magnética Funcional), Estimulación Magnética Transcraneal (TMS) y Electroencefalografías (EEG) – que no constituyen métodos infalibles- se han encontrado evidencias de un sistema similar en la Circunvolución Frontal Inferior (Área de Broca) y en la corteza parietal.

En las neurociencias se supone que estas neuronas desempeñan una función importante dentro de las capacidades cognitivas ligadas a la vida social, tales como la empatía (capacidad de ponerse en el lugar de otro) y la imitación. Sugiriéndose que las disfunciones en el área de estas neuronas, podrían ser la causa subyacente de algunos desórdenes cognitivos - como el autismo- aunque las investigaciones no son concluyentes a este respecto.-

El refinamiento del sistema de estas neuronas va sucediendo con el aprendizaje, existiendo mayor activación de las mismas en proporción directa a la experiencia en la conducta observada, porque será más auténtica la simulación ocurrida en el cerebro. En el cerebro de la mujer hay un mayor número de neuronas espejo y el sistema es más activo que en el cerebro masculino (una obviedad, jajaja).

Por ejemplo, las neuronas espejo son las encargadas de hacernos bostezar cuando otra persona bosteza, que imitemos gestos o modismos en el habla de alguien cercano a nosotros, que los bebés lloren cuando escuchan a otro bebé llorar, que casi podamos sentir dolor cuando vemos a una persona herida, que vivenciemos en carne propia los problemas que vive el personaje del libro que estamos leyendo, etc.

Las neuronas espejo, desempeñan un papel fundamental en la psicología conductual y en la empatía, evidenciando que somos seres sociales. También son protagonistas en la planificación de una acción, en tanto nos sirven para realizar una simulación mental de ésta, antes de llevarla a cabo.

Aunque hay neurocientíficos que afirman que las neuronas espejo se restringen únicamente a la simulación de las acciones motoras, existen otros investigadores que opinan que también están implicadas en el proceso de simulación de las intenciones, emociones y sensaciones de los demás; es decir, que son útiles para inferir las intenciones de otras personas.

Cuando vemos a alguien realizando determinada actividad no nos limitamos a observar sus movimientos motores, no sólo analizamos qué está haciendo sino el porqué. Imaginamos la razón de sus actos. Como esto no deja de ser una representación mental, evidencia la contradicción de las “suposiciones”, es decir, la razón que me represento mentalmente acerca del otro, no será necesariamente la razón real del otro en la ejecución de una acción determinada.

Es por ello, que son conocidas también como las “neuronas de la empatía” porque se ha apreciado que algunas zonas del cerebro vinculadas a las emociones se activan lo mismo si somos nosotros quienes las experimentamos que si vemos a otras personas vivenciándolas. Es decir, son las responsables de poder ponernos en el lugar del otro y sentir lo que el otro siente.

El lóbulo frontal de nuestro cerebro actúa de inhibidor y nos evita imitar todo aquello que observamos.

Cobra mucha relevancia entonces, la comunicación no verbal, especialmente las expresiones faciales, porque nos permiten valorar, en muy poco tiempo, lo que estamos observando en el otro, casi en forma automática: las neuronas espejo nos permiten comprender las intenciones y sentimientos de las emociones de los otros realizando una simulación de la expresión facial observada y conectando con el sistema límbico (el “cerebro emocional”) a través de la ínsula. Como esta región cerebral se encarga de representar los estados internos de nuestro cuerpo, son los circuitos cerebrales que utilizamos para el autoconocimiento los mismos que nos permiten entender a los demás, o mejor dicho, entendiendo a los demás, por espejo, arribamos a nuestro autoconocimiento. De allí la dificultad autista de comprender los sentimientos propios, al no entender los sentimientos ajenos y/o viceversa.

Richard Davidson considera la intuición social como una de las características básicas del perfil emocional de nuestro cerebro (Davidson y Begley, 2012).

Los niños autistas carecen de esa capacidad intuitiva (Teoría de la Mente) de la que disponemos los seres humanos al nacer, que nos permite atribuir pensamientos o intenciones a otras personas y así predecir su conducta. Las técnicas de imitación, que estimulan el sistema de neuronas espejo, ayudan a trabajar y mejorar las interrelaciones sociales en el autismo.

Así, las neuronas espejo son las precursoras evolutivas de los mecanismos neurales que desarrollaron el lenguaje y, en definitiva, son básicas para explicar las relaciones entre los seres humanos. En tanto este sistema de neuronas espejo permitió imitar y emular el comportamiento de otras personas, de tal manera que cuando algún miembro de la tribu hacía un descubrimiento, como el manejo del fuego o de alguna herramienta, se transmitía de forma horizontal a gran velocidad entre la población o verticalmente entre su descendencia.

El aprendizaje se daría entonces mediante dos ejes: la identificación y la empatía. Y ahora, la neurociencia investiga la intuición como ingrediente principal del acceso al conocimiento, en tanto se ha estudiado en la toma de decisiones, que ésta siempre está presente, y más aún en seres íntimamente conectados con su propio cuerpo, y con las sensaciones que en éste se generan frente a una situación.

Vilayanur S. Ramachandram (psicólogo y neurólogo, conocido mundialmente por sus trabajos de investigación en neurología de la conducta y psicofísica) dice que no estamos únicamente conectados por Twitter y Facebook, sino que estamos conectados literalmente a través de las células espejo, una red infinitamente más poderosa, profunda y ancestral.

La naturaleza nos ha dotado de una capacidad nata que conecta a un individuo con otro y así a todos los individuos, en una red o mente grupal universal que delinea la conciencia y la esencia humana. Así, todos estamos conectados, ¿y para qué? Para evolucionar. Si somos conscientes de esta conexión íntima, podríamos cambiar el entorno manejando deliberadamente nuestras mentes, con el propósito de conectarnos de otra manera con las mentes de otros, y así formar un todo diferente: el yo y el otro fusionados a nivel neuronal.

Si tan sólo sonriéramos más, a través del contagio emocional propiciaríamos la empatía. Con mayor optimismo, procuraríamos entornos emocionales más seguros y positivos, más aptos para la creatividad. El tener grandes expectativas sobre lo que sucede, generará en uno y en los otros, mayor actividad neuronal espejo. Seamos coherentes, acompañando un lenguaje gestual armónico a nuestro lenguaje verbal, favoreciendo la comprensión de los demás y la propia. Esa discordancia, ha sido ampliamente estudiada en la detección de las mentiras.

Fomentemos la colaboración en lugar de la competencia: todos estamos conectados, competir -en definitiva- es hacerlo también con uno mismo, colaborar es sumar los talentos de todos en equipo para arribar a mejores resultados.

Hablemos menos y escuchemos más, las neuronas espejo se activan con la escucha y la observación.

Es muy placentero para mí, poder asistir al momento en que la ciencia focaliza su estudio en la empatía y la intuición como integrantes primordiales del conocimiento humano, luego de tantos años de racionalismo limitado y egoísmo racional evolutivo. La profundización del análisis clínico y científico de los casos de autismo en las últimas décadas, ha colaborado a que comprendamos la importancia de conectarnos más eficazmente los unos con los otros, valorando y conociendo la importancia determinante de la mente universal en la evolución humana a través de la inteligencia colectiva.

martes, 9 de diciembre de 2014

Hefestos y Perséfone




Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

su fragua hallaría la calma,

sabiendo que el alma está también en la mirada

cuando no hay mejor diálogo que el silencio.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

la hubiera convertido en su Afrodita

templándola con el fuego de su pasión

y el frío de su indiferencia.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

se reiría de sus miedos,

y crearía un gran escudo de hierro

para que ningún mal la hiciera llorar.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

hubiera transitado el inframundo

guiado por esos ojos de niña frágil

que persuaden hasta al más fuerte.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

hubiera hurgado en su inseguridad,

en su propia oscuridad hubiera hallado consuelo

y en el río del infierno la hubiera amado por siempre.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

disfrutaría de su soledad junto a ella,

sabiendo que cuando invisible

es más difícil de cazar.



Si Hefestos hubiera conocido a Perséfone

sus manos se transformarían en alas

y su cuerpo se fundiría en un volcán eterno

que jamás lo haría sentir inseguro,

porque aún en las escalinatas de cristal del Olimpo

ella sería su trono de marfil,

su reina interior, su más preciosa creación,

 su amada.