"Siempre se repite la misma historia: cada individuo no
piensa más que en sí mismo"
Sófocles (495AC-406AC)
Se dice que el egoísmo es el verdadero motor de las
conductas humanas, y por lo tanto de la evolución histórica de la civilización,
y que en realidad se incurre en un error cuando se le da a este último una
connotación negativa, debido a que sus resultados han sido positivos, si lo
consideramos como la verdadera motivación de los cambios de progreso cultural, artístico,
económico, científico a los que hoy asistimos, y que nos permiten actualmente
gozar de los beneficios de contexto a que estos cambios nos han conducido.
Acuerdo en que el egoísmo ha sido el propulsor del avance de
la humanidad desde el inicio de los tiempos. Lamentablemente.
Que en la realidad funcione como principal impulsor de
nuestra evolución, cuestión que reconozco, no significa que ello me motive a
empoderarlo como el principal estandarte de la sociedad que desearía integrar.
Ni tampoco, que evalúe los resultados a los que este tipo de motivación nos ha
conducido, necesariamente como positivos.
La hambruna, la guerra, la contaminación ambiental, la tortura, los genocidios, también han
formado parte de esa evolución, impulsada por el mismo agente motivacional: el
egoísmo.
Entonces, insisto en darle al egoísmo una connotación
negativa, en tanto lo defino como la auto referencia excesiva por excelencia.
Y es justamente, ese carácter excesivo de la referencia enfocada
a uno mismo, lo que hace la eliminación del otro, en cuanto a la integración de
éste en los fines perseguidos, e incluso en la repercusión de las consecuencias
de los métodos utilizados para el logro de ese fin, enfocado en la conveniencia
propia como único límite.
Es decir, el egoísmo implica el desconocimiento del otro, se
lo ignora al otro como parte del mismo todo, sistema, sociedad, país, región,
familia. Así, el egoísmo me remite al narcisismo infantil, propio de los
primeros años de vida, y por consiguiente, no me resulta positivo en la
adultez, individual o social, que dicho egoísmo motivacional siga siendo el
referente de nuestras conductas.
Justamente, porque la evolución implica la identificación de
esas motivaciones, emociones y sentimientos, su conceptualización, la
responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones, como impacta cada
decisión en el conjunto, y ello justamente se da en interacción con los otros,
por espejo, es decir por proyección. De allí, la importancia de la
sociabilización, de los amigos, las parejas, etc.
Entonces, cuando la motivación es egoísta, y no contempla al
otro, no hay identificación de los inconvenientes, y los fines se reducen a una
autosatisfacción repetitiva y cíclica, como históricamente se ha producido
hasta ahora. Lo que lejos de resultarme evolutivo, tiñe a este tipo de
motivación de un color primitivo que me inquieta, y que ha dado (al revés de
como opinan los que propugnan su valorización) lugar a regímenes políticos
paternalistas sustentados por adeptos infantiles que sólo persiguen sus propios
intereses, aún propugnando defender el “bien común”.
Se me dirá incluso, que el no perseguir fines egoístas en
las conductas sociales, podría atentar contra el libre albedrío. Opino que ello
no es así, porque se trata de dos cuestiones que pueden relacionarse pero no
necesariamente una presupone a la otra. Si considero al libre albedrío como la
facultad inalienable de elegir entre un accionar u otro, el carácter de la
motivación que me conduzca a una u otra elección, no modifica la libertad de la
elección en sí misma. Ni tampoco podría afirmarse que el elegir basándose sólo
en nuestras propias necesidades sin considerar el impacto de nuestra elección
en el otro, haga más libre esta elección. Y también, porque puedo elegir
considerar al otro en mis elecciones, y ello también es una elección.
El considerar al otro en nuestras elecciones es respetarlo
como parte de ese conjunto que también integro, y desde ese lugar, no existe
verdadera libertad sin el respeto por el otro. Ergo, el egoísmo es un
impedimento para la libertad. Ser libre no es tan sólo hacer lo que uno quiere,
es en principio saber lo que uno quiere que es mucho más complejo, y buscar su
realización en armonía con el todo. Es decir valorando también la libertad del
otro. Esa es la libertad que me interesa.
Tampoco significa que el considerar al otro en mis fines me
haga ser necesariamente solidario, porque puedo considerarlo al sólo efecto de
su utilidad en mi motivación, y en este supuesto lo estoy objetivando, y como
sujeto no lo considero otro yo, sino una
cosa, un medio. Y en este sentido, sigo auto referenciándome como único sujeto
a tener en cuenta, es decir la motivación sigue siendo egoísta.
De ninguna manera, el no abogar por el enaltecimiento de una
motivación egoísta como presupuesto de la evolución humana, conlleva necesariamente
a emparentar el concepto con la solidaridad obligada, en el sentido de las
políticas asistencialistas, los estados benefactores, y la tan consabida
redistribución de las riquezas. Justamente, enmarcada en la significación del
libre albedrío, el concepto de consideración del otro en mis fines, es decir
como otro yo, no contempla ninguna obligación que coarte esa libre elección,
subyacente en toda sociedad evolucionada.
Considero que la confusión acerca del carácter positivo del
egoísmo, se da en el concepto de individualidad, que a mi modo de ver, tiene
una significación totalmente diferente, al punto que apoyo la segunda, sin
considerar como su integrante al primero.
La individualidad, como caracterísitica/s que diferencia/n y
define/n a una persona de otra, son el verdadero motor de nuestras decisiones,
pero esa individualidad no necesariamente ha de ser egoísta, sino que puede ser
egoísta a veces, otras más altruista, y otras en extremo entre alguna de estas
dos condiciones. Pero el egoísmo no es sinónimo de individualidad.
El mantener nuestra individualidad aún en nuestras decisiones
colectivas, es lo que nos hará realmente evolucionar hacia una sociedad que
sume las diferencias o las complemente, y no las masifique. Y de la suma,
siempre salen resultados que acrecientan, nunca que restan y aglutinan sin tener
en cuenta las diferencias. De allí, que la igualdad no está contemplada tampoco
necesariamente en la solidaridad, por los motivos antagónicos que expusiera antes.
Me duele el mundo como es hoy. Me cuesta comprenderlo, me
cuesta transitarlo, y me cuesta integrarme a él desde mi individualidad
consciente de mi entorno social, y me cuesta sentirme parte de ese mundo
egoísta que me rodea, por más evolucionado que éste supuestamente les resulte a
algunos.
Desde ya, no porque no sea egoísta, sino porque no quiero
serlo, que es diferente. Empoderar al egoísmo en ese lugar, me resulta pobre y
mezquino. Quizá, incluso, como un modo de proyección y justificación del
accionar de aquellos que propugnan su entronización como canon a valorar.
La individualidad para mi no tiene que ver con el egoísmo.
La individualidad significa mantenerse con fines propios pero en comunión con
los fines de los demás, siempre siendo consciente que uno es sólo parte del
todo, y no es el todo en sí mismo. Implica la consideración de la repercusión
de las conductas propias sobre los demás, y la exigencia correspondiente que
las conductas de los demás no impidan el ejercicio libre de nuestra propia
individualidad. La resolución de este conflicto siempre latente y siempre en
puja constante, es lo que conducirá a la verdadera evolución humana, que
conllevará la correspondiente evolución en el contexto social que nos rodea.
Busco una evolución social y personal, que tenga como motor
al amor y no al egoísmo. El amor a todos, y no sólo a mi misma. No hay poder
superior al amor. Sólo el amor, es el verdadero transformador de la realidad,
la alquimia por excelencia, no el egoísmo. Pero ello es sólo perceptible por
aquellos que tienen capacidad de amar, y es por cierto, una verdad ostensible,
que la capacidad de amar, se encuentra dormida en muchos a raíz de la evolución
histórica egoísta que viene y vino preponderando desde el comienzo de los
tiempos.