domingo, 13 de julio de 2014

Realidad o fantasía: Trickle-down effect o Teoría del Derrame



“Las 85 personas más ricas del planeta tienen tanto dinero como los 3500 millones más pobres” (Estudio de la Organización Internacional OXFAM)


Después de terminada la Segunda Guerra Mundial en el año 1945, y ya hacia fines de 1950 en el apogeo de la llamada Guerra Fría, comienza a percibirse la recuperación económica de la posguerra. Alemania se afianza como tercera potencia económica mundial detrás de Estados Unidos y Japón. Gran Bretaña, al igual que Francia, comienza a perder prácticamente la totalidad de sus colonias. En Europa la juventud se alza en lo que posteriormente se conoció como el "Mayo Francés". Los movimientos sociales adquieren cada vez mayor importancia en América Latina, particularmente en Chile, donde en 1970 un gobierno socialista – Allende- llegaría al poder por la vía democrática, durando poco tiempo en su mandato.

Se descubren reservas de petróleo en los llamados países del Golfo, que le darán a esta región un peso que marcaría la diferencia en la economía del planeta.

La China de Mao sufre la transformación social que se dio en llamar “Revolución cultural", mientras que Japón continuó desarrollando su reputación de potencia tecnológica alcanzando prestigio en todo el mundo.

Frente a un escenario de rápido desarrollo industrial con el consecuente fenómeno del consumismo, surgen teorías de crecimiento económico que propugnan que los frutos de ese crecimiento penetran en las capas más carenciadas a través de las fuerzas del mercado, dado que el enriquecimiento de unos produce en otros la mayor demanda de mano de obra, aumentos en la productividad, mejores salarios y exigencia de servicios. Comienza a enunciarse la llamada Teoría del Derrame, en base a la cual el crecimiento resultaba ser la base económica para reducir la pobreza.

Esta teoría presupone que el crecimiento fluiría desde los sectores de la cima de la pirámide social hacia abajo, incluso sin necesidad de una intervención estatal de redistribución del ingreso, excediendo los beneficios a la clase económica que los contiene, se saldrían hacia las otras clases influyendo también en su propio crecimiento o estimulando éste.

Su mayor crítica radica en que no pudo observarse en la realidad que el crecimiento económico directamente produjera, sin la incidencia de otras variables, desarrollo social de los sectores no involucrados en ese crecimiento.

De allí surgiría la necesidad de articularla con políticas sociales focalizadas y eficaces, por lo pronto al inicio y/o transición de ese proceso, que eviten que el crecimiento económico se concentre sin permitir su derrame y -a contrario de lo previsto por la misma teoría- derive en mayor exclusión.

Es así, que algunos han atribuido su fracaso en la práctica, no a su propio mecanismo, sino a la no implementación de las políticas públicas correctas que acompañen necesariamente a este proceso: y así se fue delineando la noción de Estado de bienestar. Un Estado de bienestar construido sobre una alianza obrero-patronal y sobre una sociedad de pleno empleo, en la que el Estado tenía la misión de proteger, a través de políticas activas o legislativas, a los trabajadores.

Pero cuando cambia -a raíz de los avances tecnológicos- el modelo de producción, se quiere transferir nuevamente al mercado determinados conflictos que ese mismo Estado, al estar cimentado sobre el empleo no había podido resolver, y se produce entonces la crisis del Estado de bienestar.

¿Habría futuro sin Estado de bienestar? ¿Existiría un modelo posible de libre mercado sin intervención de políticas públicas de apoyo, donde sea el mercado mismo el que regule y distribuya el crecimiento de los estratos sociales?

Y es aquí donde se estrecha la Teoría del Derrame nuevamente, y su hipótesis de que el crecimiento económico naturalmente derrama, tarde o temprano, hacia las familias de menores ingresos, haciendo innecesarias políticas sociales específicas destinadas a reducir la pobreza.

Así, desde los tiempos de Reagan y Thatcher, se difunde la tesis de que en los regímenes capitalistas la riqueza desciende por goteo y beneficia a la sociedad toda. Vuelve la Teoría del Derrame, según la cual, favorecer la plasmación de riquezas privadas sería, entonces, el medio más adecuado para impulsar el progreso social.

En su ,exhortación apostólica del 24 de noviembre de 2013, que comienza con las palabras Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) el Papa Francisco desautoriza las Teorías del Derrame, a las que atribuye la suposición, según él jamás confirmada por los hechos, de que "todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo “. Y sin mencionar específicamente al capitalismo, observa en aquella opinión "una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”.

El conflicto se opera cuando asimilamos movilidad social a igualdad. Es decir, en sociedades como la norteamericana, la teoría del derrame ha operado favorablemente produciendo gran movilidad social, pero no ha disminuido la creciente desigualdad que, puede verificarse especialmente en las sociedades más desarrolladas.

¿Esta creciente desigualdad amenaza el crecimiento económico? Sin duda daña la convivencia entre los estratos sociales, la colaboración entre éstos y la solidaridad resultante o no de esa interacción. Pero no ha impedido el crecimiento económico en aquellas naciones donde la desigualdad sigue existiendo. Es que justamente, la Teoría del Derrame, exige como presupuesto la existencia de desigualdad, para que uno derrame sobre otro, tienen que estar en posiciones diferentes.

Hoy la organización económica está globalizada, difundiéndose un ideal egoísta de crecimiento, en donde no se percibe ni se tiene en cuenta a aquellos que no pueden ingresar fácilmente o por lo menos con la velocidad necesaria al mercado, ni aún para satisfacer sus necesidades básicas, ni tampoco – supuestamente- para ser beneficiados de los derrames de aquellos sectores que sí han logrado los beneficios, no sólo indispensables, sino más que suficientes para exceder su clase y derramar hacia otras.

¿Estamos vanagloriando un modelo económico mundial de inequidad y exclusión, donde al igual que en el reparto posterior a la Segunda Guerra Mundial, las premios sólo se distribuyen entre unos pocos? Es que entonces prepondera la ley del más fuerte, y ésta es la ley del mercado.

¿Por qué el más fuerte compartiría sus beneficios con el más débil a riesgo de dejar de tener ese papel preponderante que le permite su propia subsistencia en el mercado? ¿Por qué el que derrama quisiera terminar como el beneficiado de ese derrame? ¿Quién define el excedente a derramar? Ese excedente, ¿necesariamente se derrama o se acapara en especulación financiera? ¿Se pueden fijar finalidades éticas al mercado que delimiten su autonomía tal cual define la Doctrina Social de la Iglesia? Hablar de ética y mercado, me resulta contradictorio, prefiero la noción de costos y beneficios. El asegurarnos que estos costos no sean pagados siempre por los mismos, en beneficio de tan sólo unos pocos, es lo que me preocupa.

Dentro de la Teoría del Derrame, el crecimiento de los ingresos de los más ricos es una condición necesaria para que los más pobres mejoren su calidad de vida. Así, lo que debe importar a los pobres no es la distribución de los ingresos, sino la mejora de sus condiciones materiales, y el aumento de la riqueza en la sociedad por medio del enriquecimiento de sus clases altas que ayuda a mejorar las condiciones de vida de todos los habitantes. Al llenarse el recipiente de los ricos, el sobrante se derrama de modo que los pobres pueden aprovecharse de él.

Pero, la realidad es lamentablemente más compleja. Y así, la teoría del derrame, peca de irreal, cuando analiza el fenómeno económico como estanco, y en un solo sentido: de arriba hacia abajo, sólo del centro a la periferia. Más aún, cuando tampoco evalúa el fenómeno de corrupción del sistema, ni el impacto de la desigualdad en las relaciones sociales, ni en las relaciones entre países, cuando observamos su implicancia internacional.

Porque también, la Teoría del Derrame, presupone un entorno de desigualdad, filosóficamente inherente al género humano, pero de significación económica y política, que no es bueno desconocer, y que la misma teoría no profundiza en su análisis. Y esto es así porque, si consideramos la riqueza como una de las fuentes de poder, en la medida en que aumenta la desigualdad, aumenta también el poder de decisión de esos grupos que hasta el momento son minoritarios, y también impacta a largo plazo en la democracia como gobierno de las mayorías.

¿Y por qué la riqueza es una fuente de poder, si el Estado es el que tiene la facultad de emisión de la moneda, y el único que al tener esa facultad puede emitir la cantidad de moneda necesaria para amilanar cualquier riqueza?

Una cuestión es tener el monopolio de la emisión de moneda, y otra más atrevida o ingenua -depende del lugar del que se mire-, es pensar que no existe ningún condicionamiento posible de aquellos que detentan riqueza hacia el Estado mismo, más aún, si no asimilamos necesariamente riqueza sólo a acumulación de dinero. No sólo por la posibilidad de corrupción de la clase política que integra o integrará el Estado, sino sobre todo porque esos pocos ricos tienen en sus manos los recursos necesarios para financiar las necesidades privadas y públicas, y a ellos hay que acudir para tener acceso a esos recursos. Y cuando ese poder se concentra en pocas manos, la capacidad de decisión de las mayorías populares disminuye en la misma proporción (por ejemplo, la compra de reservas de agua dulce). Esto se denota más aún, cuando la emisión de la moneda local, no tiene validez en el pago de obligaciones extranjeras, y no tiene peso internacional.

Ese grupo cada vez más reducido, tiene la posibilidad de invertir su dinero en lo que prefiera, y con mucha frecuencia esa inversión se dirige antes a una especulación improductiva que a financiar las necesidades reales de la sociedad, necesidades que el Estado sí, y no ese grupo tiene bajo su responsabilidad.

Es ostensible percibir que las desigualdades no guardan ninguna proporción con el valor del trabajo realizado ni con la capacidad de cada uno: hoy el juego y la especulación financiera están gravados impositivamente de forma menor a la que lo está la actividad productiva o el consumo.

En un escenario de libre mercado, ¿cómo es posible evitar la concentración de riqueza en actividades especulativas en lugar de que ésta se vuelque en la economía productiva? ¿Cómo aseguramos que esos recursos irán libremente hacia la salud, la educación y la atención a la discapacidad?

Ello no lo asegurará tampoco la progresividad fiscal. La simple observación nos muestra que la riqueza se concentra en un sector cada vez más pequeño de los habitantes, lo que derivará en que esas riquezas busquen lugares más flexibles impositivamente para su capital.

Aunque el razonamiento dialéctico de que a mayor riqueza menos pobreza vaya de suyo, las estadísticas muestran que durante los modelos de privatización de empresas estatales, desregulación económica y flexibilización laboral, cerrado el ciclo de crecimiento, la pobreza habría alcanzado sus mayores niveles históricos.

Entonces, ¿dónde puedo observar, en la práctica, el impacto del libre mercado en la pobreza, sin un Estado benefactor, que rescate las situaciones de mayor vulnerabilidad que el mercado no atiende? ¿Cómo puedo encontrar el punto exacto, entre el libre mercado y la supresión de la pobreza a nivel estructural a largo plazo? ¿Cómo puedo evitar los costos del proceso de transición, habiendo incluso riquezas que podrían comprar un Estado en sí mismo - piénsese por ejemplo en el narcotráfico-? ¿Cómo puedo lograr que el derrame exista en la realidad, con la misma fluidez que el agua es reciclada en una fuente para su reutilización, y que esto a su vez, logre que la fuente cada vez sea más grande, y no se convierta en un compartimiento estanco que impida el desarrollo social?

¿El desarrollo social está conectado directamente con el crecimiento económico? ¿Tienen entre sí una relación directa proporcional?

En una economía globalizada, ¿podemos dejar nuestra economía nacional sujeta al libre mercado a nivel internacional?

¿Es la generación de riqueza el remedio contra la pobreza o lo es la generación de empleo?

Cuando la generación del empleo se da a través del Estado, sin que el mercado libremente lo demande, al no ser una necesidad económica real, esto oculta el desempleo real sólo momentáneamente (piénsese en el Plan Trabajar, que a través de cooperativas realizaban obras de infraestructura básica y/o limpieza del espacio público, constituyéndose como Monotributistas, y estando como autónomos en peores condiciones de un trabajador de convenio de la construcción o de empleo público) y favorece el clientelismo.

¿Qué hacemos para desarrollarnos?, ¿cómo terminamos con la pobreza y la exclusión?

El mecanismo de la Teoría del Derrame, se centra en el mercado de capitales: cuanto más capital se acumula en una economía, hay más fondos disponibles para que los pobres inviertan, lo cual les permite enriquecerse. Y esta conexión entre ricos y pobres se deviene en la teoría en forma unilateral e inevitable. Ahora, llevemos el mismo axioma pero a nivel internacional, entre los países “desarrollados” y los “subdesarrollados”.

Para que la Teoría del Derrame tenga lugar, siempre tienen que existir países que en relación a los desarrollados sigan siendo subdesarrollados , por consiguiente se podría inferir, que esta relación desigual existirá siempre como presupuesto de la Teoría del Derrame, y es en este sentido, que se comprende como esta teoría no favorece el desarrollo, pero sí el crecimiento.

En cuanto a sólo pensar el derrame del centro a la periferia, sólo en forma unilateral, internacionalmente, la crisis mexicana de 1994, que generó el “efecto Tequila”, nos muestra que a veces los países “subdesarrollados” pueden derramar sobre los países desarrollados, en especial cuando el eje de esa conexión es el comercio - importaciones y exportaciones-.

El desarrollo es un proceso social, no sólo reducido a lo económico, sin que neguemos las conexiones entre lo económico y la organización social y política de las relaciones que subyacen en ese sistema. El cambio que supone el desarrollo es cualitativo y no cuantitativo.

Lo que más me disgusta de la teoría del derrame es la anulación de la iniciativa propia, y del talento y el ingenio de algunos en generar riqueza sin que nada les haya sido derramado, desde cero.

La sabiduría comienza por saber qué es lo que no se sabe. Y en esto, la realidad es demoledora, en mostrarnos todo lo que no sabemos. Si los libros lograran esto último, yo prefería leer a vivir, y compartiría con Borges en que somos lo que leemos. Pero pienso que somos lo que hacemos, sin desconocer que lo que leemos nos enseña a conceptualizar las formas de hacer, y compararlas con otras formas de hacer, para hacer mejor. ¿Y de qué sirve una teoría si no es para mejorar la realidad?

En esta realidad, lo que debería ser derramado, a veces se guarda y otras veces es desviado su derrame no hacia otros sectores sociales que podrían ser beneficiados según esta misma teoría, sino a la compra de divisas para atesorar, a la especulación financiera, o a la inversión tecnológica, que si bien requiere recursos humanos que la diseñen, operen y mantengan, estos recursos son especializados, y no suelen encontrarse en los estratos más necesitados de este derrame, etc.

Y en esa misma realidad, existe un derrame, pero el efecto no es independiente de las circunstancias, ni de las condiciones políticas y sociales del contexto donde ese derrame se produzca. Quizá la alternativa esté en elaborar o acondicionar teorías a medida de nuestra propia idiosincrasia y nuestra propia realidad, en conjunto con la visión internacional, pero no condicionada por recetas que lejos de darse en la práctica, no se han podido visualizar nunca, por lo menos hasta el momento. Y basadas fundamentalmente en el desarrollo, más que en el crecimiento, y no de unos pocos, sino de todos.

lunes, 7 de julio de 2014

El egoísmo racional. Todos para uno, y uno...para uno



"Siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo"
Sófocles (495AC-406AC)

Se dice que el egoísmo es el verdadero motor de las conductas humanas, y por lo tanto de la evolución histórica de la civilización, y que en realidad se incurre en un error cuando se le da a este último una connotación negativa, debido a que sus resultados han sido positivos, si lo consideramos como la verdadera motivación de los cambios de progreso cultural, artístico, económico, científico a los que hoy asistimos, y que nos permiten actualmente gozar de los beneficios de contexto a que estos cambios nos han conducido.

Acuerdo en que el egoísmo ha sido el propulsor del avance de la humanidad desde el inicio de los tiempos. Lamentablemente. 

Que en la realidad funcione como principal impulsor de nuestra evolución, cuestión que reconozco, no significa que ello me motive a empoderarlo como el principal estandarte de la sociedad que desearía integrar. Ni tampoco, que evalúe los resultados a los que este tipo de motivación nos ha conducido, necesariamente como positivos. 

La hambruna, la guerra, la contaminación ambiental,  la tortura, los genocidios, también han formado parte de esa evolución, impulsada por el mismo agente motivacional: el egoísmo. 

Entonces, insisto en darle al egoísmo una connotación negativa, en tanto lo defino como la auto referencia excesiva por excelencia.

Y es justamente, ese carácter excesivo de la referencia enfocada a uno mismo, lo que hace la eliminación del otro, en cuanto a la integración de éste en los fines perseguidos, e incluso en la repercusión de las consecuencias de los métodos utilizados para el logro de ese fin, enfocado en la conveniencia propia como único límite.

Es decir, el egoísmo implica el desconocimiento del otro, se lo ignora al otro como parte del mismo todo, sistema, sociedad, país, región, familia. Así, el egoísmo me remite al narcisismo infantil, propio de los primeros años de vida, y por consiguiente, no me resulta positivo en la adultez, individual o social, que dicho egoísmo motivacional siga siendo el referente de nuestras conductas.

Justamente, porque la evolución implica la identificación de esas motivaciones, emociones y sentimientos, su conceptualización, la responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones, como impacta cada decisión en el conjunto, y ello justamente se da en interacción con los otros, por espejo, es decir por proyección. De allí, la importancia de la sociabilización, de los amigos, las parejas, etc.

Entonces, cuando la motivación es egoísta, y no contempla al otro, no hay identificación de los inconvenientes, y los fines se reducen a una autosatisfacción repetitiva y cíclica, como históricamente se ha producido hasta ahora. Lo que lejos de resultarme evolutivo, tiñe a este tipo de motivación de un color primitivo que me inquieta, y que ha dado (al revés de como opinan los que propugnan su valorización) lugar a regímenes políticos paternalistas sustentados por adeptos infantiles que sólo persiguen sus propios intereses, aún propugnando defender el “bien común”.

Se me dirá incluso, que el no perseguir fines egoístas en las conductas sociales, podría atentar contra el libre albedrío. Opino que ello no es así, porque se trata de dos cuestiones que pueden relacionarse pero no necesariamente una presupone a la otra. Si considero al libre albedrío como la facultad inalienable de elegir entre un accionar u otro, el carácter de la motivación que me conduzca a una u otra elección, no modifica la libertad de la elección en sí misma. Ni tampoco podría afirmarse que el elegir basándose sólo en nuestras propias necesidades sin considerar el impacto de nuestra elección en el otro, haga más libre esta elección. Y también, porque puedo elegir considerar al otro en mis elecciones, y ello también es una elección.

El considerar al otro en nuestras elecciones es respetarlo como parte de ese conjunto que también integro, y desde ese lugar, no existe verdadera libertad sin el respeto por el otro. Ergo, el egoísmo es un impedimento para la libertad. Ser libre no es tan sólo hacer lo que uno quiere, es en principio saber lo que uno quiere que es mucho más complejo, y buscar su realización en armonía con el todo. Es decir valorando también la libertad del otro. Esa es la libertad que me interesa.

Tampoco significa que el considerar al otro en mis fines me haga ser necesariamente solidario, porque puedo considerarlo al sólo efecto de su utilidad en mi motivación, y en este supuesto lo estoy objetivando, y como sujeto no lo considero otro yo,  sino una cosa, un medio. Y en este sentido, sigo auto referenciándome como único sujeto a tener en cuenta, es decir la motivación sigue siendo egoísta.

De ninguna manera, el no abogar por el enaltecimiento de una motivación egoísta como presupuesto de la evolución humana, conlleva necesariamente a emparentar el concepto con la solidaridad obligada, en el sentido de las políticas asistencialistas, los estados benefactores, y la tan consabida redistribución de las riquezas. Justamente, enmarcada en la significación del libre albedrío, el concepto de consideración del otro en mis fines, es decir como otro yo, no contempla ninguna obligación que coarte esa libre elección, subyacente en toda sociedad evolucionada.

Considero que la confusión acerca del carácter positivo del egoísmo, se da en el concepto de individualidad, que a mi modo de ver, tiene una significación totalmente diferente, al punto que apoyo la segunda, sin considerar como su integrante al primero.

La individualidad, como caracterísitica/s que diferencia/n y define/n a una persona de otra, son el verdadero motor de nuestras decisiones, pero esa individualidad no necesariamente ha de ser egoísta, sino que puede ser egoísta a veces, otras más altruista, y otras en extremo entre alguna de estas dos condiciones. Pero el egoísmo no es sinónimo de individualidad.

El mantener nuestra individualidad aún en nuestras decisiones colectivas, es lo que nos hará realmente evolucionar hacia una sociedad que sume las diferencias o las complemente, y no las masifique. Y de la suma, siempre salen resultados que acrecientan, nunca que restan y aglutinan sin tener en cuenta las diferencias. De allí, que la igualdad no está contemplada tampoco necesariamente en la solidaridad, por los motivos antagónicos que expusiera antes.

Me duele el mundo como es hoy. Me cuesta comprenderlo, me cuesta transitarlo, y me cuesta integrarme a él desde mi individualidad consciente de mi entorno social, y me cuesta sentirme parte de ese mundo egoísta que me rodea, por más evolucionado que éste supuestamente les resulte a algunos.

Desde ya, no porque no sea egoísta, sino porque no quiero serlo, que es diferente. Empoderar al egoísmo en ese lugar, me resulta pobre y mezquino. Quizá, incluso, como un modo de proyección y justificación del accionar de aquellos que propugnan su entronización como canon a valorar.

La individualidad para mi no tiene que ver con el egoísmo. La individualidad significa mantenerse con fines propios pero en comunión con los fines de los demás, siempre siendo consciente que uno es sólo parte del todo, y no es el todo en sí mismo. Implica la consideración de la repercusión de las conductas propias sobre los demás, y la exigencia correspondiente que las conductas de los demás no impidan el ejercicio libre de nuestra propia individualidad. La resolución de este conflicto siempre latente y siempre en puja constante, es lo que conducirá a la verdadera evolución humana, que conllevará la correspondiente evolución en el contexto social que nos rodea.

Busco una evolución social y personal, que tenga como motor al amor y no al egoísmo. El amor a todos, y no sólo a mi misma. No hay poder superior al amor. Sólo el amor, es el verdadero transformador de la realidad, la alquimia por excelencia, no el egoísmo. Pero ello es sólo perceptible por aquellos que tienen capacidad de amar, y es por cierto, una verdad ostensible, que la capacidad de amar, se encuentra dormida en muchos a raíz de la evolución histórica egoísta que viene y vino preponderando desde el comienzo de los tiempos.