“Las 85 personas más ricas del planeta tienen tanto dinero
como los 3500 millones más pobres” (Estudio de la Organización Internacional OXFAM)
Después de terminada la Segunda Guerra Mundial en el año 1945, y ya hacia fines de 1950 en el apogeo de la llamada Guerra Fría, comienza a percibirse la recuperación económica de la posguerra. Alemania se afianza como tercera potencia económica mundial detrás de Estados Unidos y Japón. Gran Bretaña, al igual que Francia, comienza a perder prácticamente la totalidad de sus colonias. En Europa la juventud se alza en lo que posteriormente se conoció como el "Mayo Francés". Los movimientos sociales adquieren cada vez mayor importancia en América Latina, particularmente en Chile, donde en 1970 un gobierno socialista – Allende- llegaría al poder por la vía democrática, durando poco tiempo en su mandato.
Se descubren reservas de petróleo en los llamados países del Golfo, que le darán a esta región un peso que marcaría la diferencia en la economía del planeta.
La China de Mao sufre la transformación social que se dio en llamar “Revolución cultural", mientras que Japón continuó desarrollando su reputación de potencia tecnológica alcanzando prestigio en todo el mundo.
Frente a un escenario de rápido desarrollo industrial con el consecuente fenómeno del consumismo, surgen teorías de crecimiento económico que propugnan que los frutos de ese crecimiento penetran en las capas más carenciadas a través de las fuerzas del mercado, dado que el enriquecimiento de unos produce en otros la mayor demanda de mano de obra, aumentos en la productividad, mejores salarios y exigencia de servicios. Comienza a enunciarse la llamada Teoría del Derrame, en base a la cual el crecimiento resultaba ser la base económica para reducir la pobreza.
Esta teoría presupone que el crecimiento fluiría desde los sectores de la cima de la pirámide social hacia abajo, incluso sin necesidad de una intervención estatal de redistribución del ingreso, excediendo los beneficios a la clase económica que los contiene, se saldrían hacia las otras clases influyendo también en su propio crecimiento o estimulando éste.
Su mayor crítica radica en que no pudo observarse en la realidad que el crecimiento económico directamente produjera, sin la incidencia de otras variables, desarrollo social de los sectores no involucrados en ese crecimiento.
De allí surgiría la necesidad de articularla con políticas sociales focalizadas y eficaces, por lo pronto al inicio y/o transición de ese proceso, que eviten que el crecimiento económico se concentre sin permitir su derrame y -a contrario de lo previsto por la misma teoría- derive en mayor exclusión.
Es así, que algunos han atribuido su fracaso en la práctica, no a su propio mecanismo, sino a la no implementación de las políticas públicas correctas que acompañen necesariamente a este proceso: y así se fue delineando la noción de Estado de bienestar. Un Estado de bienestar construido sobre una alianza obrero-patronal y sobre una sociedad de pleno empleo, en la que el Estado tenía la misión de proteger, a través de políticas activas o legislativas, a los trabajadores.
Pero cuando cambia -a raíz de los avances tecnológicos- el modelo de producción, se quiere transferir nuevamente al mercado determinados conflictos que ese mismo Estado, al estar cimentado sobre el empleo no había podido resolver, y se produce entonces la crisis del Estado de bienestar.
¿Habría futuro sin Estado de bienestar? ¿Existiría un modelo posible de libre mercado sin intervención de políticas públicas de apoyo, donde sea el mercado mismo el que regule y distribuya el crecimiento de los estratos sociales?
Y es aquí donde se estrecha la Teoría del Derrame nuevamente, y su hipótesis de que el crecimiento económico naturalmente derrama, tarde o temprano, hacia las familias de menores ingresos, haciendo innecesarias políticas sociales específicas destinadas a reducir la pobreza.
Así, desde los tiempos de Reagan y Thatcher, se difunde la tesis de que en los regímenes capitalistas la riqueza desciende por goteo y beneficia a la sociedad toda. Vuelve la Teoría del Derrame, según la cual, favorecer la plasmación de riquezas privadas sería, entonces, el medio más adecuado para impulsar el progreso social.
En su ,exhortación apostólica del 24 de noviembre de 2013, que comienza con las palabras Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) el Papa Francisco desautoriza las Teorías del Derrame, a las que atribuye la suposición, según él jamás confirmada por los hechos, de que "todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo “. Y sin mencionar específicamente al capitalismo, observa en aquella opinión "una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”.
El conflicto se opera cuando asimilamos movilidad social a igualdad. Es decir, en sociedades como la norteamericana, la teoría del derrame ha operado favorablemente produciendo gran movilidad social, pero no ha disminuido la creciente desigualdad que, puede verificarse especialmente en las sociedades más desarrolladas.
¿Esta creciente desigualdad amenaza el crecimiento económico? Sin duda daña la convivencia entre los estratos sociales, la colaboración entre éstos y la solidaridad resultante o no de esa interacción. Pero no ha impedido el crecimiento económico en aquellas naciones donde la desigualdad sigue existiendo. Es que justamente, la Teoría del Derrame, exige como presupuesto la existencia de desigualdad, para que uno derrame sobre otro, tienen que estar en posiciones diferentes.
Hoy la organización económica está globalizada, difundiéndose un ideal egoísta de crecimiento, en donde no se percibe ni se tiene en cuenta a aquellos que no pueden ingresar fácilmente o por lo menos con la velocidad necesaria al mercado, ni aún para satisfacer sus necesidades básicas, ni tampoco – supuestamente- para ser beneficiados de los derrames de aquellos sectores que sí han logrado los beneficios, no sólo indispensables, sino más que suficientes para exceder su clase y derramar hacia otras.
¿Estamos vanagloriando un modelo económico mundial de inequidad y exclusión, donde al igual que en el reparto posterior a la Segunda Guerra Mundial, las premios sólo se distribuyen entre unos pocos? Es que entonces prepondera la ley del más fuerte, y ésta es la ley del mercado.
¿Por qué el más fuerte compartiría sus beneficios con el más débil a riesgo de dejar de tener ese papel preponderante que le permite su propia subsistencia en el mercado? ¿Por qué el que derrama quisiera terminar como el beneficiado de ese derrame? ¿Quién define el excedente a derramar? Ese excedente, ¿necesariamente se derrama o se acapara en especulación financiera? ¿Se pueden fijar finalidades éticas al mercado que delimiten su autonomía tal cual define la Doctrina Social de la Iglesia? Hablar de ética y mercado, me resulta contradictorio, prefiero la noción de costos y beneficios. El asegurarnos que estos costos no sean pagados siempre por los mismos, en beneficio de tan sólo unos pocos, es lo que me preocupa.
Dentro de la Teoría del Derrame, el crecimiento de los ingresos de los más ricos es una condición necesaria para que los más pobres mejoren su calidad de vida. Así, lo que debe importar a los pobres no es la distribución de los ingresos, sino la mejora de sus condiciones materiales, y el aumento de la riqueza en la sociedad por medio del enriquecimiento de sus clases altas que ayuda a mejorar las condiciones de vida de todos los habitantes. Al llenarse el recipiente de los ricos, el sobrante se derrama de modo que los pobres pueden aprovecharse de él.
Pero, la realidad es lamentablemente más compleja. Y así, la teoría del derrame, peca de irreal, cuando analiza el fenómeno económico como estanco, y en un solo sentido: de arriba hacia abajo, sólo del centro a la periferia. Más aún, cuando tampoco evalúa el fenómeno de corrupción del sistema, ni el impacto de la desigualdad en las relaciones sociales, ni en las relaciones entre países, cuando observamos su implicancia internacional.
Porque también, la Teoría del Derrame, presupone un entorno de desigualdad, filosóficamente inherente al género humano, pero de significación económica y política, que no es bueno desconocer, y que la misma teoría no profundiza en su análisis. Y esto es así porque, si consideramos la riqueza como una de las fuentes de poder, en la medida en que aumenta la desigualdad, aumenta también el poder de decisión de esos grupos que hasta el momento son minoritarios, y también impacta a largo plazo en la democracia como gobierno de las mayorías.
¿Y por qué la riqueza es una fuente de poder, si el Estado es el que tiene la facultad de emisión de la moneda, y el único que al tener esa facultad puede emitir la cantidad de moneda necesaria para amilanar cualquier riqueza?
Una cuestión es tener el monopolio de la emisión de moneda, y otra más atrevida o ingenua -depende del lugar del que se mire-, es pensar que no existe ningún condicionamiento posible de aquellos que detentan riqueza hacia el Estado mismo, más aún, si no asimilamos necesariamente riqueza sólo a acumulación de dinero. No sólo por la posibilidad de corrupción de la clase política que integra o integrará el Estado, sino sobre todo porque esos pocos ricos tienen en sus manos los recursos necesarios para financiar las necesidades privadas y públicas, y a ellos hay que acudir para tener acceso a esos recursos. Y cuando ese poder se concentra en pocas manos, la capacidad de decisión de las mayorías populares disminuye en la misma proporción (por ejemplo, la compra de reservas de agua dulce). Esto se denota más aún, cuando la emisión de la moneda local, no tiene validez en el pago de obligaciones extranjeras, y no tiene peso internacional.
Ese grupo cada vez más reducido, tiene la posibilidad de invertir su dinero en lo que prefiera, y con mucha frecuencia esa inversión se dirige antes a una especulación improductiva que a financiar las necesidades reales de la sociedad, necesidades que el Estado sí, y no ese grupo tiene bajo su responsabilidad.
Es ostensible percibir que las desigualdades no guardan ninguna proporción con el valor del trabajo realizado ni con la capacidad de cada uno: hoy el juego y la especulación financiera están gravados impositivamente de forma menor a la que lo está la actividad productiva o el consumo.
En un escenario de libre mercado, ¿cómo es posible evitar la concentración de riqueza en actividades especulativas en lugar de que ésta se vuelque en la economía productiva? ¿Cómo aseguramos que esos recursos irán libremente hacia la salud, la educación y la atención a la discapacidad?
Ello no lo asegurará tampoco la progresividad fiscal. La simple observación nos muestra que la riqueza se concentra en un sector cada vez más pequeño de los habitantes, lo que derivará en que esas riquezas busquen lugares más flexibles impositivamente para su capital.
Aunque el razonamiento dialéctico de que a mayor riqueza menos pobreza vaya de suyo, las estadísticas muestran que durante los modelos de privatización de empresas estatales, desregulación económica y flexibilización laboral, cerrado el ciclo de crecimiento, la pobreza habría alcanzado sus mayores niveles históricos.
Entonces, ¿dónde puedo observar, en la práctica, el impacto del libre mercado en la pobreza, sin un Estado benefactor, que rescate las situaciones de mayor vulnerabilidad que el mercado no atiende? ¿Cómo puedo encontrar el punto exacto, entre el libre mercado y la supresión de la pobreza a nivel estructural a largo plazo? ¿Cómo puedo evitar los costos del proceso de transición, habiendo incluso riquezas que podrían comprar un Estado en sí mismo - piénsese por ejemplo en el narcotráfico-? ¿Cómo puedo lograr que el derrame exista en la realidad, con la misma fluidez que el agua es reciclada en una fuente para su reutilización, y que esto a su vez, logre que la fuente cada vez sea más grande, y no se convierta en un compartimiento estanco que impida el desarrollo social?
¿El desarrollo social está conectado directamente con el crecimiento económico? ¿Tienen entre sí una relación directa proporcional?
En una economía globalizada, ¿podemos dejar nuestra economía nacional sujeta al libre mercado a nivel internacional?
¿Es la generación de riqueza el remedio contra la pobreza o lo es la generación de empleo?
Cuando la generación del empleo se da a través del Estado, sin que el mercado libremente lo demande, al no ser una necesidad económica real, esto oculta el desempleo real sólo momentáneamente (piénsese en el Plan Trabajar, que a través de cooperativas realizaban obras de infraestructura básica y/o limpieza del espacio público, constituyéndose como Monotributistas, y estando como autónomos en peores condiciones de un trabajador de convenio de la construcción o de empleo público) y favorece el clientelismo.
¿Qué hacemos para desarrollarnos?, ¿cómo terminamos con la pobreza y la exclusión?
El mecanismo de la Teoría del Derrame, se centra en el mercado de capitales: cuanto más capital se acumula en una economía, hay más fondos disponibles para que los pobres inviertan, lo cual les permite enriquecerse. Y esta conexión entre ricos y pobres se deviene en la teoría en forma unilateral e inevitable. Ahora, llevemos el mismo axioma pero a nivel internacional, entre los países “desarrollados” y los “subdesarrollados”.
Para que la Teoría del Derrame tenga lugar, siempre tienen que existir países que en relación a los desarrollados sigan siendo subdesarrollados , por consiguiente se podría inferir, que esta relación desigual existirá siempre como presupuesto de la Teoría del Derrame, y es en este sentido, que se comprende como esta teoría no favorece el desarrollo, pero sí el crecimiento.
En cuanto a sólo pensar el derrame del centro a la periferia, sólo en forma unilateral, internacionalmente, la crisis mexicana de 1994, que generó el “efecto Tequila”, nos muestra que a veces los países “subdesarrollados” pueden derramar sobre los países desarrollados, en especial cuando el eje de esa conexión es el comercio - importaciones y exportaciones-.
El desarrollo es un proceso social, no sólo reducido a lo económico, sin que neguemos las conexiones entre lo económico y la organización social y política de las relaciones que subyacen en ese sistema. El cambio que supone el desarrollo es cualitativo y no cuantitativo.
Lo que más me disgusta de la teoría del derrame es la anulación de la iniciativa propia, y del talento y el ingenio de algunos en generar riqueza sin que nada les haya sido derramado, desde cero.
La sabiduría comienza por saber qué es lo que no se sabe. Y en esto, la realidad es demoledora, en mostrarnos todo lo que no sabemos. Si los libros lograran esto último, yo prefería leer a vivir, y compartiría con Borges en que somos lo que leemos. Pero pienso que somos lo que hacemos, sin desconocer que lo que leemos nos enseña a conceptualizar las formas de hacer, y compararlas con otras formas de hacer, para hacer mejor. ¿Y de qué sirve una teoría si no es para mejorar la realidad?
En esta realidad, lo que debería ser derramado, a veces se guarda y otras veces es desviado su derrame no hacia otros sectores sociales que podrían ser beneficiados según esta misma teoría, sino a la compra de divisas para atesorar, a la especulación financiera, o a la inversión tecnológica, que si bien requiere recursos humanos que la diseñen, operen y mantengan, estos recursos son especializados, y no suelen encontrarse en los estratos más necesitados de este derrame, etc.
Y en esa misma realidad, existe un derrame, pero el efecto no es independiente de las circunstancias, ni de las condiciones políticas y sociales del contexto donde ese derrame se produzca. Quizá la alternativa esté en elaborar o acondicionar teorías a medida de nuestra propia idiosincrasia y nuestra propia realidad, en conjunto con la visión internacional, pero no condicionada por recetas que lejos de darse en la práctica, no se han podido visualizar nunca, por lo menos hasta el momento. Y basadas fundamentalmente en el desarrollo, más que en el crecimiento, y no de unos pocos, sino de todos.