lunes, 14 de enero de 2013

Al galope



El sol se asomaba en una de las playas del sur de Portugal, mientras el agua apenas mojaba suavemente las capas de arena fina y dorada que se dejaban acariciar.

La temperatura era agradable y el silencio reinaba en el lugar. Sólo se escuchaba la leve brisa marina resonando entre las rocas.

Como una saeta se asoma, al galope, un caballo negro ligero, de apenas unos 5 años de edad. Sus cascos sin herradura, golpeaban en la arena produciendo un eco muy particular, seco pero firme. Así, galopaba sin detenerse como si lo estuvieran persiguiendo, desbocado.

Huía de un hara cercana, no quería estar más allí. No quería estar encerrado, y terminar mascando las tablas del establo, o dando coces a las paredes. Extrañaría al resto de su manada, pero más ansiaba su libertad.

No sabía siquiera adónde se dirigía, y su rumbo era sin curso fijo, sólo limitado a bordear la costa, porque la arena estaba muy caliente en las zonas más alejadas del agua.

El viento que venía del mar, le movía las crines sin ton ni son, y le daba a la vista, un porte entre elegante y descuidado, pero sin dudas personal. Verlo andar, era ya un espectáculo digno de todo amante de la naturaleza.

El mar de fondo hacía contrastar más su color negro intenso, que brillaba espectacularmente a los rayos del sol.

¿Qué opinarían sus ancestros salvajes de tal encierro que lo había tenido prisionero? Ningún guerrero dotado de esa velocidad y ligereza podría permanecer encerrado, no era justo. Su parte instintiva lo impulsaba a correr, y sus hábitos lo persuadían a permanecer en un lugar seguro y tranquilo. Pero en un caballo de esta clase el instinto siempre puede más. Y así corría.

La sed, no parecía importarle, su vigor seguía intacto, y sus ancas se movían como piezas de una maquinaria excelente, la mejor hecha por la naturaleza para correr.

La liviandad de no llevar a nadie sobre su lomo, no tenía precio. Nadie le decía cuando pasear, cuando trotar, ni cuando correr, ni cuando saltar, ni cuando detenerse. Era él, el viento y el sol, los únicos que lo acompañaban en su tranco, que cada vez era más y más ligero.

Su vigor juvenil lo aceleraba y aventaba el fuego que yacía en su interior. El peligro de ser nuevamente atrapado lo corría por detrás, pero también lo acechaba por delante. Estar vivo, ya significaba de por sí, alguna clase de peligro.

Quizá, si no fuera de día y fuera de noche, se confundiría entre la penumbra, y con su mágico dominio lunar pasaría más desapercibido hasta esconderse entre algunas rocas. Pero era el día, y todo iluminado a su alrededor, lo delataba como una mancha negra que pasaba a alta velocidad, sin descanso, pero también sin fatiga.

Si estuviera en Asia, se lo confundiría con un guía de las ánimas que escapó de la tumba de algún difunto que otrora era su amo. Es increíble que fuera considerada la mejor de las ofrendas animales y a cambio de ello se le quitara la vida. Era el encierro o la muerte sus dos posibles destinos. ¿O acaso el encierro no es también una forma de morir?

Es cierto que si no estuviera en el siglo XXI, los celtas y los germanos, lo hubieran trozado minuciosamente y hervido en un caldero, como gran acontecimiento social.

No hubiera tenido la suerte de los mitos griegos, que lo colocaban sin duda en una mejor posición: centauros, silenos, sátiros… y ni hablar de Pegaso, ese sí que era un afortunado, no sólo siendo el caballo de Zeus, sino quedando en las leyendas como simbolismo de luz y heroísmo.

Ni siquiera su color era blanco, encima era negro. No podría haber sido nunca considerado en cabalgadura de los dioses, ni símbolo de fuerza bruta dominada por la razón, ni menos de alegría y victoria. Su color era asociado con la noche y la oscuridad.

Hasta Cristo aparecería en su segunda venida con un caballo blanco, triunfante, pero sin embargo era más probable que su pelaje negro fuera asociado a los jinetes del Apocalipsis que a portador del Salvador.

Fuerza, velocidad y resistencia. Eran sus mejores cualidades, las cualidades que lo harían libre, las cualidades que le darían su nueva vida, las mismas que hicieron que sus ancestros fueran ya representados en las cavernas o lugares más sagrados desde la prehistoria. Esas cualidades que el hombre siempre buscó tener, y por eso fue uno de los primeros animales que buscó domesticar.

Así los humanos pudieron con su ayuda, alcanzar la fuerza, la velocidad y la resistencia, pero jamás tuvieron su belleza y su valentía, por eso nunca tuvieron su real libertad.

Son pocos los verdaderos guerreros humanos que guiados por sus impulsos, sacuden sus cascos sobre la arena hasta alcanzar su meta. No tienen la rebeldía animal suficiente y por eso ganan las batallas, pero no pueden aún ganar la guerra. La guerra requiere también de respeto, por los otros guerreros, por el resto de la manada.

Tampoco todos los humanos tienen la magia de los unicornios, ni su espiritualidad, ni la fantasía, ni los ideales necesarios. Sólo galopan, y la mayoría de las veces se dejan domesticar fácilmente en busca de comodidad, abrigo y comida. No tienen el valor de alcanzar la velocidad necesaria para ganar, no tienen la dignidad de poseer un galope propio que los haga libres, que los haga líderes de su propio imperio, y sólo se dejan montar o encierran a cualquiera para imperar sobre otros y no sobre sí mismos.

Ellos necesitan látigo, cabestro y freno para no desbocarse, porque sólo han sido sometidos y no entrenados para el combate.

Y eso que los hombres pesan mucho menos que sus 500 kg, que el caballo levanta y ondea como si fuera una pluma, a través de la fuerza de sus instintos de huida y defensa. Con su agilidad, que sólo se ve amedrentada por su constante estado de alerta y algunos matices muy tenues de docilidad.

El caballo negro, extrañará los vínculos con el resto de su manada, sus relinchos, y su acicalamiento y lenguaje corporal, pero su sangre caliente y su temperamento alerta y nervioso, lo llevará a seguir andando sin parar.

Cada tranco, lo acercará más y más a su libertad. Y seguirá corriendo desbocado, pero seguro, hasta que un día, las calientes playas ya no le parezcan tan bonitas, y el viento ya no le parezca una caricia, sino un golpe que le recuerde en su cara, que podrá galopar todo lo que quiera, pero algún día descubrirá que solo, no será capaz de poder cruzar el mar.

viernes, 11 de enero de 2013

El séptimo planeta


"Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma" (Carl G. Jung).

Somos eternos aprendices, eternos alumnos. Cada situación, cada lugar, cada persona, fue elegida por nosotros antes de venir. Cada uno cumple una función en el desarrollo de nuestra misión y de nuestro aprendizaje, función de asistencia recíproca.
Para ayudar a que este aprendizaje tenga lugar, como profesores celestiales, los astros también influencian, a fin que cada materia sea rendida dentro del programa de rigor.
Entre ellos, Urano es el séptimo planeta del Sistema Solar, el tercero en cuanto a mayor tamaño, y el cuarto más masivo. Es muy interesante conocerlo, porque es el planeta que rige la era por la que estamos transitando, y en la que también por supuesto elegimos estar. La era de Acuario.
Urano, se llama así, en honor de la divinidad griega del cielo: Urano (del griego antiguo «Οὐρανός») el padre de Cronos (Saturno) y el abuelo de Zeus (Júpiter).
El símbolo astronómico de Urano es un híbrido entre los símbolos del planeta Marte y el Sol, puesto que Urano era dios y personificación misma del cielo en la mitología griega, el cual creían dominado por los poderes combinados del Sol y de Marte. En las lenguas de China, Vietnam, Japón y Corea la traducción literal del nombre del planeta es «la estrella reina del cielo» (天王星).
Como decíamos, es el planeta regente de Acuario, exaltado en Escorpio y exiliado en Leo.
El sistema de Urano tiene una configuración única respecto a los otros planetas, puesto que su eje de rotación está muy tumbado, casi hasta su plan de revolución alrededor del Sol. Por lo tanto, sus polos norte y sur se encuentran en donde la mayoría de los otros planetas tienen el ecuador. Estos rasgos extraños reflejan su significado astrológico como aquel que rompe con las convenciones y lo establecido, tan propio del signo de Acuario.
Urano tarda 84 años en recorrer su órbita alrededor del Sol, e invierte alrededor de 7 años en recorrer cada signo del zodíaco.
Entre todos los planetas es el que más gobierna el genio, la mente. Por ello es el símbolo de la revolución mental, e históricamente, fue asociado con los principios de la Ilustración e ideas políticas radicales, de igualdad y libertad.
En su aspectación física, Urano se cree que está especialmente asociado con el sistema nervioso simpático, los trastornos mentales, la locura y la histeria, espasmos y calambres, aunque también la circulación sanguínea, los tobillos, las pantorrillas y las hormonas. Y especialmente con las manos, pero orientadas no a la creación artística o hedonística, sino a la elaboración de tecnología, a la ejecución material de planos intelectuales.
Urano es la representación del cielo que, en esoterismo, es un estado mental y no un lugar físico. Y a ese reino se llega mediante la intuición y el pensamiento superior.
Su función en nuestro aprendizaje es llevarnos hacia adelante mediante la revolución, con el propósito de transformarnos, orientándonos al cambio, tras la ruptura si es necesario, así como la inestabilidad, para obligarnos a romper con lo establecido, a través de la excentricidad y la inventiva.
Absorber la vibración uraniana completamente, es una de las metas más difíciles para cualquier ser humano, porque requiere cierto grado de evolución y porque los sucesos que le preceden, nos preparan para obligarnos a evolucionar si no estamos listos, y ello no es siempre bienvenido con aplausos.
En esta evolución necesaria, los lados más positivos de los otros cinco planetas deben primero ser conquistados: el ingenio de Mercurio; la habilidad de negocios y de organización de Venus; el valor de Marte con su deseo de proteger al débil; la dignidad, generosidad y amor por la belleza que inspira Júpiter, pero sin el deseo de ostentación personal; mientras que Saturno debe contribuir con su poder, paciencia y sabiduría mundial. Urano también proporciona el poder de síntesis, y visión comprensiva: visión global. Es por esto que el uraniano es el perfecto organizador.
La influencia de Urano es el lado positivo o desarrollo práctico de las vibraciones de Neptuno. El signo Leo es el que saca la influencia completa de Urano porque es el signo de la generosidad y simpatía, no la simpatía de Saturno (mental) o Júpiter (emocional) sino la simpatía del corazón que previene al regente de tratar de explotar a otros para su propio beneficio. Urano produce el verdadero regente divino.
Como cualquier situación en la que no evolucionamos conscientemente, para atravesarla, si es necesaria para el aprendizaje que vinimos a realizar, hay factores de destrucción o catastróficos, que nos obligan a prestar concentración a ciertas cuestiones descuidadas, en forma repentina, definitiva (como una necesidad muy interna), tal cual la acción de la electricidad o una erupción volcánica. El efecto general en una persona, precipitará repentinamente algún evento el cual intenta despertar el lado espiritual de la naturaleza por un choque. El método uraniano de trabajo es por directa o ataque frontal. Tiene una influencia positiva o con atributos masculinos.
Rige intentos, originalidad, ciencia, electricidad, magia, lo oculto, la luz, astrología, psicología, rayos X, aviones, percepción de las leyes naturales. Es futurista, humanista, intelectual, excéntrico, bohemio, egoísta, utópico. También rige la voluntad creadora, el cambio súbito, la revolución y las dictaduras, el individualismo, el ingenio, rebeliones y autonomía. Su acción es súbita, inesperada y a menudo violenta. Urano es un destructor de tradiciones. Investigaciones recientes asocian también a Urano con los desastres naturales, sobre todo con los terremotos.
Urano tiene entonces una función dinámica, es una fuerza que hace palanca en cada punto de apoyo para destruir o crear, según exijan las circunstancias. Representa entonces el impulso hacia la acción en los casos de emergencia.
Es la supresión de lo inútil. Se opone a la inercia. En suma, de Urano depende ese ímpetu de la voluntad que, impulsivamente ciego en Marte, se vuelve aquí prudentemente organizado, dirigido a un fin preciso. La rapidez de reflejos musculares regulada por Marte se transforma en rapidez de reflejos mentales. Ambas obedecen a estímulos inmediatos. Cuando la necesidad de actuar es compulsiva, la acción a corto plazo, concentrada en los objetivos más inmediatos, siempre es la más eficaz. Urano tiende a eliminar la sucesión temporal de los hechos resolviéndolo todo en el presente, y tiende a ignorar la concatenación de causa y efecto en su propagación más remota resumiéndola en un resultado realizable concretamente a breve plazo a través de los medios más propicios que se tienen a mano.
De hecho, Urano es el planeta de la técnica en todas sus expresiones, comenzando por la más clara que corresponde a la habilidad de aprovechar los elementos pasivos e indiferentes de la naturaleza para transformarlos en instrumentos útiles al hombre.
La sensación a percibir es como si algo en nuestra vida tuviera que cambiar imperiosa y compulsivamente, haciéndonos saltar por los aires si es necesario para que así lo advirtamos.
Por supuesto que esto nos genera gran desconcierto cuando aparece, pero a su vez, nos impulsa a una gran creatividad, dado que los medios conocidos no nos alcanzan o no nos sirven para resolver la situación inmediata.
Habla así también del desapego a lo establecido, de la genialidad, del futurismo, la investigación y siempre en forma global, por lo que nos lleva a la fraternidad. Por supuesto, que como todo también posee su lado negativo: el nerviosismo, decisiones repentinas que luego no podemos controlar con posterioridad, libertinaje, utopía, exageración de lo científico, y desde ya la irresponsabilidad. Incluso, conllevando a la rebeldía por la rebeldía en sí misma, condimentado con un poco de necesidad de llamar la atención.
Así, en un sentido desarmónico, tiende a que el ser humano sea un intelectualoide, que sabe mucho y no practica casi nada, lo cual motiva que su pensamiento sea utópico, teórico y, a veces, enrevesado. También describe una tendencia a los acontecimientos bruscos e inesperados en la vida, el desapego convertido en frialdad, excesiva anarquía e indisciplina.
Varios planetas influyen en el tránsito de nuestra vida. Si los conocemos, así como si nos conocemos a nosotros mismos, podremos ser más conscientes de su influencia,  y potenciarla a nuestro favor. Por supuesto, no en un sentido determinista, sino para contar con todas las herramientas necesarias para que nuestra elección sea la más acertada.
La más acertada para nosotros, y la más acertada para la humanidad.
Tal como “El principito”, seamos  viajeros del espacio, miremos atentamente el paisaje de nuestra existencia, no nos apresuremos, esperemos un momento y elijamos lo mejor, para nosotros y para el bien de todos.
Que en la Era de Acuario, Urano ejerza toda su influencia, a través de todos y desde cada uno.